Mientras empiezo a escribir estas líneas, ya se ha confirmado el triunfo de Donald Trump, convirtiéndose en el presidente n°47 de los Estados Unidos. ¿Qué podría pasar en América Latina con este triunfo? Nunca es bueno hacer historia contrafactual, pero sí deberíamos mirar ciertas cuestiones. Volvamos al voto joven y latino que se inclinó por Trump.
Según una encuesta realizada este año en España por el diario el País y la Cadena SER, uno de cada 4 varones entre 18 y 26 años consideran que el autoritarismo puede ser "preferible al sistema democrático". El Instituto de Políticas y Bienes Públicos del Ministerio de Ciencia e Innovación ibérico, además, señala que los jóvenes de la generación "Z" tienen una fuerte tendencia a preferir el autoritarismo como forma de gobierno.
En América Latina, según un informe de Latinobarómetro del año 2023, existiría una tendencia autoritaria entre los jóvenes latinoamericanos universitarios. Y en Chile, para ir con mayor especificidad, según un estudio de la Universidad Diego Portales y Feedback Research, los chilenos han perdido la fe en la democracia para enfrentar la delincuencia. En Estados Unidos, Donald Trump utilizó la imagen de un líder fuerte, autoritario y que podría solucionar problemas nacionales y globales de forma unilateral, sin los amarres, demoras y contrapesos de la democracia. "Arreglaré América", repitió, como un mantra, en cada mitin en campaña.
Es altamente probable que este patrón se repita en una Latinoamérica tambaleante y algo desorientada frente al problema de seguridad, el aumento del crimen organizado y el evidente estado de descomposición de las instituciones democráticas producto de la corrupción. He ahí un posible factor que agudizará la deriva autoritaria: el hombre fuerte que prometa sacarnos de la crisis. Algo de eso estamos viviendo con el incipiente autoritarismo de Bukele, la irrupción de Milei y la cada vez mayor oferta de candidatos con perfiles autoritarios y outsiders que critican, abierta y bulliciosamente, el sistema democrático.
Sobre el voto latino, los primeros análisis señalan que hay una cuestión más material y detectable: el inmigrante documentado y con residencia en Estados Unidos estaría de acuerdo con la deportación de los no regularizados. ¿Razones? Varias, pero dos se repiten y apelan a lo que el Partido Demócrata y los apoyos de Harris no parecieron entender: un gran sector de los inmigrantes latinos ven en peligro sus puestos de trabajo frente la mano de obra indocumentada -más barata y móvil-, por lo que estos supondrían un problema para las comunidades latinas que conviven y compiten con ellos.
Como segundo punto, Trump ha hecho eco del problema de seguridad: los carteles de droga, las pandillas y la delincuencia se esconden detrás de los inmigrantes no regulares, lo que incomoda, asusta y estigmatiza a la comunidad latina en general. De ahí, puede ser, que estos sectores apoyen la deportación masiva y el endurecimiento de las fronteras que prometió Trump en campaña. ¿Qué podría implicar esto? Una serie de movimientos migratorios de retorno al sur y el desplazamiento de poblaciones en búsqueda de espacios y mercados de subsistencia. ¿Lo que sucede en la vanguardia podría repetirse en la retaguardia? Hay varias razones que deberíamos revisar y que parecen apuntar a eso. Por ahora, la noticia está en desarrollo.