En política a menudo se debate qué piensan realmente las personas sobre los grandes problemas de nuestros tiempos. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de la gente está más preocupada por sus asuntos cotidianos, como qué harán en su tiempo libre o qué van a almorzar, en lugar de enfocarse en cuestiones de política pública.
Este desinterés por los asuntos públicos plantea un desafío para la teoría democrática, que se basa en la premisa de que el gobierno debe actuar conforme a la voluntad del pueblo. Pero esa suposición parte de la idea de que la opinión pública es informada y comprometida, algo que en la práctica no siempre se cumple. Aquí surge una pregunta fundamental: ¿hasta qué punto debe el gobierno estar atento a la opinión pública? ¿Y qué ocurre cuando el gobierno decide ignorarla?
Desde el surgimiento de la democracia, los teóricos políticos han debatido sobre el verdadero significado de la "voluntad del pueblo". Edmund Burke, un teórico británico del siglo XVIII, sostenía que los ciudadanos no estaban equipados para emitir juicios políticos informados y que, por lo tanto, los representantes debían tomar decisiones en su nombre, basándose en su propio juicio
Por otro lado, Jeremy Bentham, fundador de la teoría utilitarista, argumentaba que la opinión pública era esencial para proteger a la sociedad del mal gobierno. Según Bentham, las opiniones cotidianas de las personas debían ser escuchadas y consideradas. Esta visión prevaleció con el tiempo, pero planteó un nuevo desafío: ¿cómo se determina la opinión pública de manera precisa y confiable?
Dentro de la opinión pública, hay tres atributos fundamentales que determinan su impacto en la política: la dirección, la intensidad y la saliencia. La dirección se refiere a si la gente está a favor o en contra de una política; la intensidad mide cuán fuerte es el sentimiento sobre un tema; y la saliencia indica cuán importante es un problema en comparación con otros.
Estos atributos juegan un papel clave en cómo los legisladores responden a la opinión pública. La intensidad, por ejemplo, señala la disposición de las personas a actuar en función de sus creencias, lo que suele atraer la atención de los políticos. La saliencia también es crucial; los problemas más destacados son los que los funcionarios no pueden darse el lujo de ignorar.
En cuanto a la influencia real de la opinión pública en el gobierno, está claro que limita las opciones de los políticos. Los políticos deben operar dentro de los límites de lo que la opinión pública considera aceptable.
La opinión pública es una fuerza poderosa pero compleja en la política democrática. Aunque no siempre determina directamente las decisiones políticas, su influencia es innegable, especialmente cuando la opinión es clara y contundente. El desafío de los políticos es navegar constantemente entre las expectativas públicas y las realidades políticas, lo que convierte a la opinión pública en un factor crucial pero no siempre predecible. ¿No es eso precisamente lo entretenido de la política?