El Cristo de Cachemira
En Cachemira están los rostros de antaño, los ojos puros que contemplan el paso de los milenios, la belleza de sus perfiles que encarnan lo que fue Jesús, la imagen viva del pasado.
Es Semana Santa. Época en que muchos aprovechan para salir a pasear, tomarse unos días de vacaciones, y por cierto comer abundante cantidad de mariscos o pescados. Mientras tanto, las iglesias y templos están semivacíos. Son las mujeres, como siempre, quienes mantienen la fe y su presencia suple con creces la falta de religiosidad de los hombres.
Durante mi larga estadía en la India, pude comprobar cuán diferente es la actitud de sus habitantes en todo lo que concierne a la espiritualidad. Sus creencias y tradiciones religiosas se viven allá con devoción, diariamente, sin tener que esperar la llegada de una fecha importante del calendario para expresar un recogimiento. Es en este tipo de manifestaciones donde se nota su cultura milenaria, que le da a esa nación una impronta de grandeza.
En una ocasión visitamos con mi padre la hermosa región de Cachemira, donde se divisan las alturas de los Himalayas. Algunas personas que conocimos nos comentaban que en aquella zona también habría estado Cristo. Nos hablaban de una antigua tumba donde podría estar enterrado. Había que visitarla, por lo que realizamos un peregrinaje hasta dicho sacro lugar. Esta es en parte la narración de aquellos sucesos:
Son pocos los que saben de la existencia de este sepulcro en Srinagar, Cachemira. No hay mayores certezas sobre ello. Fue difícil llegar, pues la gente guardaba un silencio respetuoso, casi reverencial. Pero preguntando varias veces, fuimos guiados hasta la modesta edificación donde estarían sepultados los restos mortales de N.S. Jesucristo. No podía ser de otra manera, ya que Él predicó con la humildad.
Al llegar al sitio, sentí una extraña sensación, como si desde el interior de las rejas que protegían la tumba emanara una energía tan vital y poderosa, que fue necesario hincarme y orar, como si lo hiciera ante el sepulcro de Cristo en Jerusalén. Entre los transeúntes, vi más recogimiento, más solemnidad que en aquellos Santos Lugares profanados por el comercio y el turismo. En Cachemira están los rostros de antaño, los ojos puros que contemplan el paso de los milenios, la belleza de sus perfiles que encarnan lo que fue Jesús, la imagen viva del pasado.
En Jerusalén, cuando las mujeres llegaron a la tumba, no lo encontraron; estaba vacía. Jesús se había ido, había resucitado. Después, Él se apareció a sus discípulos. Y recorrió así los torturados lugares de su Pasión, dando impulso al credo del Redentor Sacrificado, a la esperanza del Amor Eterno.
Mientras oraba, pensé por unos instantes que si abriéramos la tumba de Cachemira, quizás encontraríamos que también está "vacía". Porque Jesús se fue nuevamente, partió hacia otro universo, otro cielo más allá de todo, no entendida su misión en la tierra, no comprendido su mensaje del Redentor Sacrificado…
Pero no, esa no es la realidad que Él quiso para nosotros. La verdad es que Cristo estará siempre presente, en cualquier lugar donde anhelemos encontrarlo.
Jose Miguel Serrano