El extraño mal de la intolerancia
Arturo Mardones Segura , Rotary Club Chuquicamata
Un silencioso y extraño mal nos está afectando a nuestra sociedad durante los últimos años. Estamos perdiendo esa sana instancia de tolerancia con el prójimo, fenómeno que debe llamar a la reflexión y a analizar en qué estamos fallando en este proceso tan esencial de convivencia.
Cada vez somos más dogmáticos y criticamos, muchas veces sin conocimiento, a quienes rompen el denominador común del sistema. Por una extraña razón, en nuestra sociedad no nos agradan quienes piensan diferente al resto o aquéllos que dicen las cosas de frente, tal como son. El que reclama y defiende sus derechos (con respeto y fundamento) es mirado como un bicho raro, conflictivo, y que eventualmente es peligroso.
Hemos observado en la televisión y "contemplado" a los líderes políticos que han estado sumidos en la intolerancia más absoluta cuando se trata de disputar cupos al Parlamento o de analizar una postura en bloque a la hora de votar una ley.
Muchos de ellos enarbolan su sentido democrático y de apego irrestricto a la libertad individual, pero en sus propios partidos no son capaces de escuchar o dejar hablar a quienes piensan de otra manera, atentando contra el sentimiento más esencial que debe imperar en estas colectividades. O, peor aún, algunos se arrogan la verdad absoluta para descalificar a los demás.
En estos días, la intolerancia es transversal en diferentes aspectos de la vida. Pasa por nuestras creencias religiosas, ideológica, de vestir, musicales y hasta deportivas, entre otras, de ver la sociedad en el diario vivir y convivir. La pregunta es obvia por qué tenemos que pensar como la mayoría o seguir a esa masa veleidosa, pero también traicionera.
Cuántas veces nos hemos referido en forma despectiva a quienes no piensan igual que nosotros o mirado inquisidoramente a los que no profesan la misma religión, o a quienes, simplemente, no creen en un Ser Supremo. Cada una de las anteriores opciones son igual de válidas y cada persona tiene la maravillosa alternativa de elegir según sus propios intereses, todo ello avalado, claro está, por una grandiosa fórmula del respeto mutuo.
La intolerancia es un peligroso problema que está ganando terreno en una sociedad cada vez más impersonal, arisca y donde el que está al lado deja de ser un aliado para convertirse en un potencial enemigo.
Y aquí la familia tiene mucho que decir. En este núcleo tan básico y poderoso debe primar con fuerza el diálogo, una herramienta tan poderosa y necesaria en los tiempos actuales que vale la pena pregonar con inusual fuerza.
Llegó el momento de ser tolerante, de saber escuchar y también aprender del otro. Lo contrario, es ir por un camino que no permite el diálogo ni la sana convivencia.