Actuar es una palabra hermosa por lo que está hecha: ya por su resplandor inquieto, muchas veces, envuelto en motivaciones enigmáticas como por su profunda y sugestiva emocionalidad en el movimiento corporal y gestual. Fuerte, simple, sensible, fácil de pronunciar, pero difícil de alcanzar en la rigurosidad, su contenido se ha comparado con la vida misma más todavía cuando se dice que la vida imita al arte, haciéndola más valiosa.
Si las personas son lo que a sus actos entregan, la actriz Teresa Ramos Ramírez, revela exactamente la suma de motivaciones enigmáticas como la esencia de los momentos representados; la fineza y fuerza, en su conducta artística, asumiendo lo profundo del espejo del tiempo y el trabajo arduo en las tablas que se avala con el reciente galardón del Premio a las Artes Escénicas Nacionales. En esa prueba incuestionable de su labor artística hubo también un acto ético, diferente, volcado hacia su norte, su norte antofagastino, quizás emergido, de algún deseo o de algún misterio del inconsciente, para habitar estéticamente en estas tierras y ser testigo y protagonista de una historia única y de un proceso que aún sigue, en ella, con estimulante dedicación.
En otro tiempo, que parece lejano y brumoso, la joven Teresa Ramos camina hacia una reunión. Es abril de 1962. Mientras avanza, con su cabellera extendida, intenta comprender la inspiración de quiénes salen a escena, así como también, quiere entender al artista y sus métodos. Tiene ya una decisión. El otoño nortino le otorga su reposada inspiración: abandonar la carrera de Biología y Química y volcarse, obedeciendo sus propias necesidades del alma, hacia una búsqueda, ya no de las ciencias; sino, de las artes, para vivir una acción permanente, convincente, con memoria emocional y sentimientos sinceros. Los actos físicos se entremezclan con sesiones de trabajo, ensayos, movimientos, repaso de guiones, lecturas, puestas en escena, dificultades, tiempos de oscuridad, dolores y despojos.
La actriz, entonces, toma conciencia más allá de los mismos actos teatrales, más allá de los trabajos de montaje de diversas piezas, adquiriendo el sentido de verdad, desarrollando el sueño de sus maestros, Alfredo Carrizo y Pedro de la Barra. La imaginación al servicio de los personajes, el trabajo mental y creativo no solo con los libretos, sino también con esa habilidad de descubrir el sentido político del teatro y de las obras. Las circunstancias de todos esos aprendizajes honestos, y hasta perdidos en el tiempo, aunque no olvidados; la lealtad en los propósitos de la tensión física y en la relajación del cuerpo y de los músculos, Teresa Ramos moviliza su pensamiento concreto y su propia voluntad de actriz asumiendo cómo las ideas tienen oportunidades en el fuego de la representación. Así, en esos otros espacios, en esa casa de la familia teatral antofagastina, se fue plasmando, en días y noches, y en sucesivas décadas, su trabajo, como un sol lleno de sosiego y contemplación, y de un movimiento equiparado solo a una exploración profunda, sin precedentes, que podemos leer, ahora, en su otra obra llamada "Historia de la compañía de teatro Universidad de Antofagasta 1962-2022" donde relata lo que sabía, lo que resulta de la historia vivida y la voluntad más allá del azar para entregarnos una visión y un documento testimonial, para nada servil, que nos devuelve la potencialidad del arte teatral y el compromiso a no confundirnos resguardando la memoria. Un mundo sin arte es un mundo incompleto. Y un mundo con Teresa Ramos es una saludable impresión para nuestras vidas como la misma felicidad que llevamos en nuestro interior y con la lucidez de todo instante solo a propósito del teatro y sus significados.
