Educación empantanada
Ignacio Illanes Guzmán
¿Cree usted que un cambio de ministro o su color político hace alguna diferencia relevante en nuestro sistema educativo actual? Seamos sinceros: llegamos a un punto en que pocos esperan algún cambio importante. Para un ministro, modificar algo en educación es hoy como nadar en un pantano espeso: se avanza poco y no es raro terminar algo enlodado. Para salir de ahí hay que entender dónde estamos.
Desde los años 60 al 2000 nuestro país tuvo un exitoso avance de su sistema educativo. La libertad para abrir y organizar establecimientos, la subvención a establecimientos privados y el crecimiento económico del país estimularon la creación de escuelas en todo el territorio, logrando prácticamente un 100% de cobertura. Lo anterior, sumado a un sistema nacional de medición de la calidad (Simce), libertad de elección para las familias y varios factores más, contribuyeron a impulsar los logros educativos de nuestro país al tope de América Latina.
Sin embargo, había problemas importantes de calidad, que la revolución pingüina se encargó de visibilizar. Entonces se creó el Sistema de Aseguramiento de la Calidad y se inyectaron nuevos recursos a través de la subvención escolar preferencial. Hasta ahí todo bien. Pero entonces las cosas empezaron a estancarse. Algunos creyeron que el camino para la calidad era la regulación de todo. Frente a las dificultades que aquejan al sistema, se ha creído que más regulaciones harán el milagro. Por ejemplo, para atraer mejores profesores se incrementaron los sueldos, pero también se creó una carrera uniforme para el 90% de los docentes. ¿Los directores son importantes? Lo mismo: cada vez hay más voces proponiendo una carrera directiva igual para todos.
Algunos dirán que eso hacen los países más destacados. En parte, pero lo cierto es que lo único que tienen en común los mejores sistemas es que son capaces de atraer muy buenos profesores. ¿Cómo se logra eso? Hay distintas formas de lograrlo, pero cualquier persona talentosa buscará la posibilidad de crecimiento profesional y libertad para trabajar y aportar con sus capacidades. ¿Qué ofrecemos en Chile a los profesores? Una trayectoria bastante rígida en un sector muy regulado. Tal vez por eso las postulaciones a las pedagogías disminuyeron en los últimos años, a pesar de haber inyectado millones de dólares al sistema docente.
Algo similar ha ido ocurriendo en otras dimensiones de nuestro sistema educativo. Podría extenderme en ejemplos - administrativos, curriculares, de infraestructura, etcétera - pero quienes trabajan en el sistema escolar lo saben perfectamente: hoy es casi imposible crear nuevos colegios o despedir a los malos profesores; la exigencia académica es mal vista y la autoridad del profesor es cuestionada por alumnos y apoderados empoderados por normativas muy discutibles, entre muchos otros aspectos. Vistas de manera aislada, ninguna de estas regulaciones es por sí sola un gran problema; pero sumadas inmovilizan el sistema.
En resumen, algunos creen que entre el Congreso y el Mineduc lograrán la fórmula mágica de la calidad educativa. Y esa misma esperanza es la que se pone en cada cambio de ministro. Pero eso es parte del problema que nos tiene empantanados: sobra confianza en las regulaciones y falta espacio para un despliegue más libre del talento educativo. Creemos que prohibiendo y exigiendo desde Santiago o Valparaíso, tendremos un mejor sistema. Ese es hoy el gran problema de nuestro sistema: queremos que mejore, pero es muy difícil moverlo de donde está.
¿Qué se puede hacer? Por supuesto no podemos tener un far-west educativo y hay regulaciones que son indispensables, pero el sistema requiere con urgencia un acuerdo sobre los mínimos, no los máximos, que deben guiar la tarea y dejar que profesores y establecimientos hagan su labor de la mejor manera posible. La inmensa mayoría de quienes se dedican a la educación lo hacen con genuina vocación. Tienen la ilusión de contribuir al desarrollo general de sus estudiantes. Debemos aprovechar esa sana energía, hoy limitada por todo tipo de normas que poco ayudan a mejorar el sistema. Tal vez por ahí podría partir el ministro: cómo destrabamos el sistema y aprovechamos lo mejor de todos los que educan.
*Decano Facultad de Educación Universidad de los Andes