¿Por qué es tan difícil para el hombre vivir en paz? ¿Acaso en ella no se gestan todas las posibilidades para su felicidad? Sin embargo es una paradoja dramática, se la busca en permanentes contiendas e incentivando el distanciamiento y la enemistad. En una lucha continua, en que parecen desaparecer las virtudes que llaman a la fraternidad humana y a una solución racional de los problemas. ¿Es acaso el mejor camino para lograr la pacificación universal que tantos anhelan? La civilización y la cultura, siglos que han puesto a prueba la capacidad del hombre para demostrar su razón y aún para trascender ¿por qué no han sido eficaces para establecer una paz duradera, en armonía y fraternidad? Es la pregunta que se formulan incesantemente los que entregan la vida para lograrla, los que en los laboratorios dedican sus mejores horas para servir a sus semejantes; los médicos y científicos que no saben de odios ni de discriminaciones subalternas en su heroica misión; y todos los seres de buena voluntad que quieren unir - en la transitoriedad de la existencia humana - a esta especie que se ufana en vano de conquistas que poco o nada aportan a la paz y su dignidad racional.
¿Dónde está el mal que nos impide vivir en paz? Mientras no se descubra el perverso virus que lo engendra y se aplique el remedio eficaz, seguirán las contiendas y dificultades, provocadas incluso por quienes creen que la fuerza material es la única solución para lograrla. Y así, el más fuerte (defender la paz) se impondrá al más débil. Hasta que éste con el mismo objetivo se haga a la vez más robusto y establezca su imperio. Es, por desgracia, lo que ocurre en el mundo. La paz no en el reinado de la razón y de las más nobles facultades del hombre, sino en el poderío que elimina y destruye, No en la amplitud de una auténtica fraternidad, sino en el predominio de tozudas ideologías y creencias que limitan y estratifican la conciencia y el entendimiento humanos. Y en el absurdo arbitrio de esclavizar la mente y hacer escarnio de la libertad, se mueven fuerzas ingentes para proclamar y defender la paz. ¿No estará allí el quid del problema que la hace tan fugaz e inalcanzable.
Decía un profesor de relaciones humanas que en la persuasión, en el diálogo racional, en la recíproca comprensión y en la tolerancia y la justicia, está la panacea de la paz. Y agregaba que si todos la buscan allí y no en la fuerza de los puños, del armamento o de la violencia en sus más drásticas manifestaciones, se acabarían las reyertas fratricidas, y el progreso de la humanidad, los avances de la ciencia y de la tecnología afianzarán una pacífica convivencia donde la felicidad sería real y efectiva y no un mito o un ideal jamás cercano para el fugaz existir del hombre. ¿Cuánta verdad encierra tales conceptos? Descubrirla es fácil. Cultivarla y darle vida en uno mismo, es difícil. Porque sí así no fuera ¿no encontraríamos la paz que pretendemos?
Hemos reflexionado sobre la paz en términos generales. Mirando el panorama del mundo y, desde luego, comprendiendo que nada de lo importante que ocurra en el vasto escenario de la tierra puede sernos ajeno, sobre todo tratándose de la paz en amplios sectores de la familia humana. Pero es indudable que nuestra primera preocupación es - y lo será siempre - Chile porque aquí nacimos y lo queremos por sobre todo y ante todo. Por eso, desde estas mismas columnas, como un deber, hemos clamado por una unión en paz y fraternidad entre todos los chilenos, por el alejamiento de odios y una consagración seria y responsable al trabajo y al estudio, como única manera de hacer posible su progreso y prosperidad. Y lo seguiremos haciendo en la conciencia cierta de que estamos cumpliendo nuestra misión de comunicador, y como hijo de este suelo, con el imperativo patriótico de contribuir al afianzamiento de los aspectos más nobles y generosos de nuestra nacionalidad.
Y estamos seguros que ellos habrán de florecer, para todos, en el ambiente de paz, de solidaridad social y de justicia que todos, responsablemente, ayudemos a establecer en nuestro país, en forma duradera y altamente dignificadora para la República.
Un gobierno de pieles negras, máscaras blancas
Parafraseando el libro del psiquiatra Frantz Fanon, y una de las obras más revolucionaras de la década del 50, para definir lo que ocurre en medio del gobierno del Frente Amplio, reflejado en la figura presidencial de Gabriel Boric.
Hemos visto cómo se ha ido diluyendo la alegría y la sensación que hubo en la población de un cambio generacional que iba a traer una nueva etapa en la política chilena, tanto en la forma como el fondo. ¿Qué pasó? Primero la lentitud de nombramientos de cargos importantes en la conducción del país, posteriormente los errores de varios ministerios que llevaron a los primeros cambios de gabinete y ahora último, el caso de corrupción que se ha tomado la opinión pública y los traspasos de fondos estatales a fundaciones.
Pieles negras, máscaras blancas hace alusión a que tuvieron que volver a gobernar con políticos de la Concertación, los mismos que fueron muy criticados durante el llamado "estallido social" con frases que todos conocemos como "no son 30 pesos, son 30 años".
Hoy vemos un gobierno sin un sello, que no ha generado un estilo y una marca en la opinión pública. Esto se demuestra incluso en algunos cambios o leyes que se han logrado hacer en este periodo y que no han tenido el impacto esperado en la opinión pública.
Por otro lado, vemos a una oposición que de todos estos hechos ha aprovechado la oportunidad de golpear al gobierno y las figuras más próximas al presidente, en vez de intentar presentar alguna propuesta que apunte al objetivo de mejorar las condiciones de vida de Chile.
Estamos viviendo una política de dimes y diretes, con muy poca madurez y soberbia en demostrar los errores y/o retrocesos de ambas partes. A seguir esperando un futuro esplendor.