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diferenciado, todo está mucho más complejo, todo es mucho más autónomo en las formas de construir la memoria y de construir el futuro a partir de esa memoria. Hay una situación muy distinta de lo que teníamos hace 10 años, hay un cambio bien radical, fuerte, no solo cuantitativo, también cualitativo. Creo que la experiencia del estallido condensa eso y todo lo que ha venido después, que hace que hoy sea también más difícil tener una visión común acerca del pasado que, además, creo, no habría que exigirla ni forzarla.
-Entonces, no tendría por qué extrañar que las heridas sigan abiertas, tal como demuestran las declaraciones de uno y otro lado, ¿no?
-Por supuesto que no. Uno debería pensar en cuáles son estas formas a través de las cuales uno puede reconstruir esas heridas y comenzar a cerrarlas. Y una fundamental es conocer todo lo que aconteció. Nosotros hemos tenido eventos, como la Comisión Rettig, la construcción del Museo de la Memoria, por ejemplo, que han sido muy relevantes en esa línea. Hemos tenido también casos judiciales que han sido emblemáticos en esta cuestión, hay un trabajo judicial, pero que no es suficiente. Por ejemplo, la política que está intentando llevar adelante ahora el ministro (Luis) Cordero relativa a esta búsqueda de las trayectorias de aquellos detenidos de los que aún no sabemos es una cuestión muy importante que no hemos hecho desde el retorno a la democracia.
-¿Cómo llegan la izquierda y la derecha a estos 50 años?
-Cuando uno piensa el eje desde esa perspectiva de izquierda y derecha, inmediatamente te obliga a diferenciar. Uno tiene un esquema de pensamiento que inmediatamente diferencia esas posiciones. Yo creo que uno de los desafíos tanto para la izquierda como para la derecha, es pensar en un nivel superior que no sea el nivel político de la construcción del problema desde las posiciones doctrinarias de izquierda o de derechas, sino que es pensar en este nivel superior que es el nivel de los derechos humanos. Ahí uno encuentra un horizonte a partir del cual estas distinciones como izquierda o derecha, como demócratas o no demócratas, se encuentran en el nivel de los derechos humanos. Tienen un horizonte general a partir del cual todos podrían encontrar algo que les haga sentido. Los derechos humanos son como una especie de límite moral de nuestra sociedad moderna. Entonces, yo creo que más que pensar esta cuestión en términos de izquierda y derecha, hay que pensarlo desde ahí y reconstruir la memoria política e histórica, en donde yo creo que los distintos partidos, los distintos grupos, sean cuales sean sus orientaciones doctrinarias o sus orientaciones incluso identitarias, pueden y deberían encontrar una forma de mirar el problema sobre esa base y ahí pueden encontrar ciertas formas de conciliación, ciertas formas de acuerdo, ciertas formas de tener una perspectiva común de que las violaciones de los derechos humanos son un límite que nuestra propia sociedad moderna se ha puesto, aunque son universales.
¿Sería esa la clave de una reconciliación, como se dijo en algún momento?
-Esa es la forma: si la derecha y la izquierda miran a ese horizonte de Derechos Humanos yo creo que ahí es donde es posible encontrar formas de aproximación. Yo creo que es demasiado exigente pensar en reconciliación, sino que hay que pensar en formas de aproximación, formas de convivencia más que nada, de manera que esto no se transforme en lo que ha sido hasta ahora, en posiciones agonísticas, en posiciones opuestas, en posiciones que dividen. Yo creo que los derechos humanos, dada su característica universal, dado que son no solo articulaciones o construcciones políticas, sino que son construcciones que remiten a experiencias muy dolorosas de cada uno de los pueblos, de cada una de las personas, de cada uno de los individuos que han sufrido no solo en el Golpe, sino también en todos los otros contextos de violaciones de los DD.HH. en el mundo. Yo creo que ahí efectivamente, uno puede encontrar horizontes comunes, una semántica como conceptos, comprensiones comunes que puedan constituir efectivamente un paso adelante que solo pensarlo desde la izquierda y la derecha.
-Uruguay acaba también de conmemorar 50 años de su propio Golpe de Estado y Argentina hace poco tuvo una película sobre el juicio a sus juntas militares en los 80. ¿Qué podemos aprender de estas experiencias?
-Yo no estoy tan seguro que en el caso argentino eso haya estado resuelto, lo que hubo fue un juicio más abierto, con un sistema judicial más público, oral. Y, además, en el caso argentino también tuvo la deslegitimación de los militares a propósito de la Guerra de Las Malvinas, entonces eso construyó un horizonte totalmente distinto. Pero las Madres de la Plaza de Mayo han sido siempre una forma de conciencia moral y re recuperación de aquello que no está resuelto, de esa justicia que no llega. Yo creo que se puede aprender no solo de esos casos, sino de otros como el alemán, por ejemplo, que ha sido muy autocrítico respecto de la forma en que Alemania se comportó durante el Holocausto. Tanto en términos académicos, históricos y monumentalistas han generado una reflexión sobre sí mismos, y eso lleva casi un siglo, 80 ó 90 años de experiencia. O sea, cuando hay estos traumas generalizados, tan fuertes y tan profundos, hay que procesarlos con niveles altos de moralidad como son los derechos humanos. Hay que procesarlo además con muchas acciones concretas y de distintos niveles. No se trata solo de formas institucionales, del Estado, que es fundamental, sino también de la propia sociedad, desde niveles más particulares a través del arte, a través de películas, de formas de generalización de la experiencia en las cuales yo pueda como persona reconocerme a mí mismo vicariamente en la experiencia traumática del otro. La conversación puede ayudar mucho, el conocimiento de los otros, de la pérdida del miedo. Esto contribuye mucho a esa generalización de la experiencia que siempre es individual, particular y muy difícil de transmitir. Pero para eso tienen que haber personas dispuestas a transmitir esa experiencia, dispuestas en algún sentido a volver a humillarse en el relato y la reconstrucción de aquellos momentos que fueron dolorosos para ellos, que quebraron, que cambiaron su vida. Y eso no puede empujarse, no puede obligarse. Eso requiere tiempo y respeto de los procesos de cada uno y cuando hay gente dispuesta a eso, entonces la obligación moral del otro es escuchar.
-Según una encuesta, hay un 36% de los chilenos que justifica el Golpe de Estado.
-Es cierto que esa cifra existe, pero esa cifra yo no la entendería únicamente referida al Golpe. Son cifras que han crecido no solo en Chile, sino que a nivel mundial, respecto de la democracia. Cuando las encuestas preguntan, por ejemplo, si considera usted que en algunos casos un gobierno autoritario puede ser mejor que uno democrático, hay un porcentaje de gente que siempre responde afirmativamente. Yo creo que eso tiene que ver con un proceso mucho más generalizado que el particular referido al Golpe. Ahora lo estamos uniendo con los 50 años, eso es cierto, pero esta desconfianza con las instituciones políticas democráticas es algo que viene desde fines del de las últimas décadas del siglo pasado a nivel mundial. Y que ha hecho aparecer, por ejemplo, partidos populistas de derecha en Europa, en América latina, que han hecho crecer formas posdemocráticas de organización social, como se les llama técnicamente, en las cuales como que pareciera ser que la democracia ya no logra responder a las demandas. No es que cuando la gente responde en un 35% o 50% que en ciertas circunstancias es preferible un gobierno autoritario estén pensando en que quieren que vuelva a Pinochet.
¿Qué tanto complica esta reflexión y conmemoración el momento del Gobierno?
-Sí, el momento no es bueno, pero yo creo que uno no puede comparar el caso de Democracia Viva con cuestiones de Derechos Humanos. Yo creo que precisamente de eso se trata. Se trata de que cuestiones políticas contingentes que afectan, como son los casos que ha tenido el gobierno en el último y todo lo que ha pasado con las fundaciones y Revolución Democrática en el último tiempo, no están bajo ningún aspecto en el mismo nivel de lo que está en la construcción de un horizonte normativo común acerca de los derechos humanos y acerca de la importancia de la no violación de ello y acerca de que de algo como un golpe militar no es bajo ningún punto de vista una solución a un conflicto de carácter político. Ahí es donde está la clave de la diferenciación de niveles. Si uno acepta que esto se pueda ensuciar, entonces está situando las cuestiones en un mismo nivel y eso me parece profundamente disruptivo de la importancia que debemos darle no solo en este caso de los 50 años, sino constantemente a los derechos humanos como una conciencia colectiva, como una forma de cohesión de la sociedad.
-¿Le corresponde al Partido Comunista algún rol especial o particular en esta conmemoración?
-No, yo creo que no. Esto no es una cuestión de partidos, no es una cuestión de izquierda y derecha. Ningún partido debe tener algún privilegio especial de acceso especial a eso. Yo sí haría una diferencia en relación a aquellos que tuvieron esa experiencia, que fueron más cercanos a esa experiencia y otras que tuvieron la suerte de no estar tan cercanos a esa experiencia. Y ahí es donde creo que el máximo respeto moral y una condición mínima es la atención y la escucha, y la pretensión, no la exigencia, de aceptar esa vivencia, de intentar reconocerla. No el reconocimiento de esa denuncia de violación del derecho, a veces que es lo fundamental, pero ahí nadie tiene un privilegio menos un partido político particular.
El gobierno planifica una conmemoración de los 50 años del golpe del 11 de septiembre de 1973.
"Creo que uno de los desafíos tanto para la izquierda como para la derecha, es pensar en un nivel superior que no sea el nivel político de la construcción del problema desde las posiciones doctrinarias".