Dice una antigua leyenda que reunidos los Dioses para deliberar dónde ocultar la verdad, resolvieron ocultarla en el propio corazón del hombre; así éste buscará la Verdad toda su vida, hasta en los sitios más inaccesibles sin saber que ella está dentro de sí mismo.
Esta búsqueda de sí mismo, debe ser sincera y profunda, descubriendo nuestros defectos y venciendo los impulsos negativos. Tenemos que pensar en lo Grande, Bello y Bueno, cultivando al máximo las posibilidades de mejoramiento espiritual. Ejercitaremos los impulsos nobles del alma, sin cerrar los ojos ante la realidad del mundo, confrontando nuestro pensamiento con el ajeno, no para imponer el nuestro, sino para perfeccionar nuestras ideas.
Nuestro esfuerzo debe constituir una reacción consciente y perseverante para despertar y desarrollar nuestras facultades inadvertidas e insospechadas. Al lado del Deber, como fundamento primordial de la existencia, busquemos el cultivo de la Belleza como algo sublime; refinamiento de los sentidos, vibración emotiva ante la representación ética y estética.
Muchos hombres por ganarse la vida por vencer en esta lucha cotidiana justamente la pierden, porque matan en í mismo lo mejor que habla en sus almas, porque la fuente espiritual se seca y, porque sólo sirven para ganar dinero, ostentarlo y gastarlo.
Junto al deber que es un esfuerzo ético ante el cual debemos responder con disciplina y perseverancia, busquemos la vocación de nuestros sentimientos y el desarrollo gradual de nuestro perfeccionamiento ético y estético para que la vida sea justa, bella y noble.
Seamos espíritus conscientes de nuestro paso por la vida y que tratan en razón de su inexorable transitoriedad de ser pródigos en manifestaciones valederas. Junto a la cruda realidad mantengamos siempre viva y palpitante una estrella luminosa, un ideal que guie nuestros pasos por caminos ascendentes.
El hombre necesita para vivir de una esperanza; levantar su vista del barro material hacia las estrellas palpitantes y trémulas con su misterio gigantesco. El hombre, en su perfectibilidad infinita no ha de considerarse el gusano vil limitado por leyes fatales, sino el ser superior que con su inteligencia puede aprehender la Naturaleza y servirse de ella para construir la felicidad del hombre sobre la tierra.
Tratemos por lo tanto de desarrollar la plenitud de nuestra personalidad, conforme a nuestras naturales disposiciones y vocaciones. Que el estrépito del mundo en su carrera vertiginosa no nos haga equivocar el camino. Que la vida utilitaria, práctica y económica, no nos arrastre al egoísmo, la vanidad y la soberbia, ciegos y sordo al dolor y a los clamores del mundo.
Mantengamos bellos ideales, cooperemos a la medida de nuestra fuerza a cuanta empresa noble y caritativa nos llame, que no estén nuestras puertas cerradas para quienes esperan encontrar en nosotros un corazón comprensivo. Así iremos desbastando la piedra bruta, desligándonos de nuestras miserias humanas mantenidas durante largo tiempo como adornos y verdades que ahora entorpecen la indagación de nuevas verdades, nuevas fuerzas, nuevas leyes que prometen cambiar radicalmente los cimientos de nuestra vida que conducirán a una nueva luz que brillará más allá de lo que dure nuestra existencia.
Al igual que los constructores de la antigüedad canteaban las piedras, trabajemos en nosotros mismos, libres de prejuicios, para construir el templo Espiritual que necesitamos.