Cambiar de opinión
Uno de los rasgos más incómodos del presidente Gabriel Boric son sus radicales cambios de opinión o de posición más bien frente a hechos de la vida pública. Ello ha sido subrayado por la reciente muerte de una policía. El presidente, con toda razón, condenó el hecho y comprometió toda la fuerza del estado para perseguir a los responsables.
Hasta ahí todo bien.
El problema es que meses antes decidió indultar a quien había sido condenado por el homicidio frustrado de un policía, a lo que se suman sus diversas declaraciones y actitudes más bien hostiles, de no hace mucho tiempo atrás, hacia quienes tienen en sus manos el monopolio de la fuerza estatal.
El presidente tiene, desde luego, todo el derecho del mundo a cambiar de opinión y a adorar lo que antes aceptó se quemara. Lo que no resulta correcto, sin embargo, es que ese cambio de opinión no vaya acompañado de un reconocimiento de responsabilidad por sus dichos previos y la manera en que, objetivamente, contribuyeron a debilitar a la policía.
En la política (lo mismo que en la tradición cristiana que en esto vale la pena) la gente tiene derecho a nacer de nuevo, a comenzar otra vez incluso luego de los peores tropiezos; pero ello a condición de reconocer el error, admitir la responsabilidad y comprometerse con sinceridad a omitir actos iguales en el futuro. Y hay una obvia sabiduría en ello. Porque esto de cambiar de opinión sin asumir responsabilidad alguna, como si esto fuera tan sencillo como si ayer a usted le gustara el color azul y ahora prefiriera el rojo o el amarillo, no parece tan fácil de aceptar. Cambiar de preferencia, como si a usted ayer le gustara una cosa y ahora otra, o de hipótesis frente a un hecho como si anteayer creyera que tal hecho ocurre en razón de una causa determinada y ahora piensa más bien que se debe a otra, es lo más natural y lo más racional del mundo. Y no hay problema con ello puesto que en esos ejemplos sus cambios de preferencia no lesionan a nadie, ni comprometen deberes públicos.
Pero si usted ejecutó una función pública de una cierta forma (por ejemplo tolerando con sus gestos y discursos la agresión o el desprecio a quienes monopolizan la fuerza, como la canción esa sobre el casco militar), que se revela flagrantemente incorrecta, usted debe asumir la responsabilidad por ello, porque al ejecutar erróneamente su tarea pública afectó derechos de terceros. Eso no es lo mismo que cambiar de opinión o de hipótesis: es cambiar la forma de concebir sus deberes de una manera tan radical que lo único correcto es aceptar que antes -por inmadurez, ceguera ideológica, conmoción emocional por lo que veía o lo que fuera-- los concibió mal y los incumplió. Por eso no basta con que el presidente diga que ahora cambió de opinión acerca del papel de la policía, porque lo suyo no es un cambio de opinión: es una conducta que fue lesiva cuyas consecuencias no se borran sin más por su actitud de hoy.
Dejar pasar lo anterior con la consabida frase "así es la política" es extremadamente dañino. Si algo así se aceptara estaríamos enseñando a las nuevas generaciones que no pierdan tiempo reflexionando acerca de lo que va a decir o hacer, porque siempre podrán cambiar de opinión y asunto arreglado. Equivaldría a enseñarles que pueden actuar por ensayo y error o con frivolidad y sin reflexión incluso cuando se comprometen los deberes que los terceros le han confiado. Total, siempre podrán decir que ahora piensan distinto.
Entre todas las cosas que Sartre dijo hay una que los políticos (incluido el presidente) deben tener en cuenta. El ser humano dijo Sartre se elige a sí mismo en cada uno de sus actos. No hay mejor forma de definir la responsabilidad que esa: la conciencia de saber que cada uno se elige en cada uno de los actos que ejecuta.
Por eso sin reconocer los errores (incluso cuando se es presidente) no es posible borrar sin más lo que se hizo o dijo ayer.