Don Pepe
"En realidad, don Pepe era un notable escribidor de los encuentros, actos o ferias que se realizaban en la ciudad". Francisco Javier Villegas, Escritor y profesor
Los personajes de una ciudad son valientes, por donde se les mire. Contra todo lo que se diga o escriba, las aventuras de un universo completo de vidas caben en la mano de aquellos que recorren las ciudades con distintos propósitos y peripecias. En unos, la vida se consumirá entre el cariño y las transparencias. En otros, serán las mismas circunstancias lo que arrastra la verdad de la propia experiencia; así como también puede ser el arrobamiento de la poesía, lo que arde en la piel de una persona. Si observamos la biografía de las ciudades, con seguridad, nos encontraremos con un cúmulo de seres que son testigos de los pasos de sí mismos, aunque sin tener plena conciencia de ello y de otros, casi como una obsesión. Unas vidas arden en la hoguera, me dijo don Pepe, una tarde, pero, que bien se pueden salvar si atrapan a los pájaros de sus sueños.
En una hora indeterminada, pero de segundo fatal, en el inicio de esta semana de febrero, don Pepe partió al país de nunca jamás. Un hombre que en esencia era un poeta. Un hombre que caminó con nosotros, en la ciudad y que muchas veces, se valoró su sensibilidad en distintos encuentros de arte, por esa mentalidad diferente y ese espíritu excepcional envueltos en su afán quijotesco. Muchas conjeturas podemos realizar, ahora, respecto de la existencia de don Pepe, don José Palma Bustamante. Pero, creo, que no vale la pena mencionarlas. Podría decir que don Pepe fue o es un mito ya que, desde toda circunstancia, su figura ligera lo empujaba para navegar con precaución, respeto e irreductible interés hacia todo lo que fuera arte, en su virtud mayor.
Las contemplaciones de don Pepe tenían una explicación poética porque él asumía la perplejidad absolutamente convencido de que, en unos casos con más inmediatez y en otras, con mayor decisión, las cosas hablarían de manera libre, curiosa, enloquecida, también. Lo concreto es que en esta ciudad no habrá un ser que camine por registrar lo que se olvida, buscando un encuentro de literatos, pintores o bailarines acompañado de su historia, su parsimonia despejada, sus escasos cabellos y su cuaderno de apuntes, del que nunca se separaba. Echando mano a un potente deseo, que lo sedujo al universo cultural, se dio el gusto de canalizar sus inquietudes como si accediera a recibir un golpe eléctrico. Para llegar hasta esos encuentros, buscó distintas maneras de insistir con su afán, asido en el silencio y en el oficio silencioso de sí mismo. En realidad, don Pepe era un notable escribidor de los encuentros, actos o ferias que se realizaban en la ciudad. Como un afanador rescatista de historias, iba a los lugares como atraído por ángeles, y en un rincón de las salas observaba, muchas veces, tembloroso, lo que tanto había esperado, escribiendo las ideas del arte y de la ficción para regresar al polvo del silencio ordenando las peripecias de su propia memoria. Que su delicada generosidad nos llene de un aire revelador, junto a la simple mirada de este poeta caminante, para jamás olvidarlo en esta pradera de tiempo breve que tenemos.