Andrés Sabella
En un pasaje, entre estrellas, peces e invenciones, está la Casa de Andrés Sabella, Caballero del Ancla, Hermanos de la Costa, Gran Alquimista de Cuanto Existe, penúltimo Duende de una literatura que se ha ido quedando sin asombros ni misterios.
Escribo sobre Andrés porque las seis letras de su nombre me bastan para nombrar esta utopía menor, que es la vida de cada cual: horizontes soñados de la infancia, una niña rubia que se llevaron en un barco sin nombre, caminos largos sobre otras tierras, libros en los que dejamos las mejores horas, el pan cotidiano de los hijos, el dolor de los adioses, rostros perdidos en el Correo de la Eternidad. El mundo es, sin duda, múltiple, pero, a la vez, uno e indiviso. Cuando digo que la Casa de Andrés es la Rosa de los Vientos, quiero decir que su ordenación interna es el doble de su alma. En ella encontramos., transmutadas, todas las cosas que el Gran Alquimista ha ido reuniendo, inventando, en su larga excursión tipográfica.
Falta un libro que describa la peripecia de Andrés, que lo sorprenda no tanto de su contenido manifiesto como, más bien, desde su incesante fabular, potenciar y enriquecer las formas, los géneros, las líneas.
Falta, asimismo, un libro que se haga cargo del ancho mundo que, desde 1955, encierra en cada una de las entregas de HACIA, porque cada una de ellas es un gesto mágico de este Duende incansable que ha perdido un ojo para que nosotros pudiésemos mirar mejor la Tierra, el Hombre, la Poesía.
En un país como el nuestro, en que la mayor parte de los hombres se muerden los labios de odio o de tristeza, Andrés es un milagro. Es el Gran Alquimista que transforma Cuanto Existe en una fiesta en la que los peces cantan, las gaviotas se iluminan y las estrellas se embriagan, para que el cielo de Antofagasta no se ponga a llorar por el ojo que Andrés perdió en los cielos del espíritu.
Escribo, finalmente, para Andrés, esta verdadera acción de gracias por las horas que me regaló entre sus estrellas, peces e invenciones, reanudando sobre la Tierra que nos dieron nuestros padres una vieja conversación en la que, de pronto, se escuchara la conversación paralela que ellos deben, sin duda, continuar allá, allá, tan lejos de la mano de Dios.
Martín Cerda. Escritor (1930-1931) Cetro de Bufón