La ley de la selva
Un grupo de maleantes exhiben armas de grueso calibre e insultan y amenazan de muerte por las redes con total descaro; un hombre es sorprendido acarreando el cadáver de una mujer en un tambor; se descubren otros dos tambores conteniendo, cada uno, un cadáver; un predio es invadido por personas que construyen allí, con maquinaria pesada, sus casas; cuatro personas mueren en una balacera.
Todo eso en apenas una semana. ¿Se trata de Ciudad Juárez, de una barriada de los peores momentos de Centroamérica, quizá de una ficción exagerada?
No. Los maleantes que alardean con sus armas y amenazan, están en Chillán; el incidente del tambor trasladando un cadáver ocurrió en Santiago, en la comuna de San Ramón; los otros dos tambores fueron hallados uno en Viña del Mar, el otro en Lota; la invasión del predio con máquinas y con cercos ha ocurrido en Quillota y en otros sitios del Norte; los cuatro fallecidos fueron el resultado de una balacera en la comuna de La Florida.
Basta ese registro - los hechos semejantes serían innumerables si retrocediéramos una semana o dos- para advertir la inmensidad del problema en que está envuelta la sociedad chilena.
Y lo peor es que no parece haber una conciencia clara de lo que ocurre.
Hay un deterioro general de las reglas. Como para recordar una de las prédicas del Cristo del Elqui: Este país es una buena plasta/aquí no se respeta/ ni la ley de la selva.
¿Qué es lo que está ocurriendo? Una breve enumeración de las causas probables puede ayudar a poner algo de orden intelectual en él.
Desde luego -no hay que echarse tierra a los ojos- un factor relevante es la inmigración sin control. Cuando hay migraciones masivas es inevitable que migre todo, incluida la cultura cívica o la falta de ella, la cultura del trabajo esforzado y al mismo tiempo las culturas criminales. En Chile el número de extranjeros se empina ya por el millón y medio. Creer que eso no altera la convivencia y la cultura cotidiana y que no merece ser corregido es simplemente tonto. Una política migratoria debe ocuparse de esta dimensión cultural del fenómeno.
Se suma a lo anterior el deterioro de la ley. Durante los últimos años en Chile se ha moralizado en exceso la convivencia. La vida social se ha medido por una única vara: la justicia. Si algo se cree injusto entonces todo parece estar permitido para corregirlo. Incluida la violación de la ley y el insulto y el desprecio a los agentes estatales. En la expansión de ese espíritu moralizador las actuales autoridades -no sería honrado ocultarlo- hicieron un importante aporte desde los días de octubre del 2019, sino antes. Frente a ello no cabe más que recordar y repetir que ninguna sociedad se sostiene sin el empleo de la fuerza o la amenaza seria del empleo de la fuerza. Si las sociedades estuvieran habitadas por ángeles la ley no sería necesaria; pero los seres humanos (basta ver los noticiarios o andar por el centro de las ciudades para advertirlo) no son precisamente ángeles. Por eso todas las sociedades que funcionan cuentan con un estado que reclama con éxito el monopolio de la fuerza. La justicia es importante, sin duda, pero sin estado y la capacidad de imponer las reglas ninguna justicia será posible.
Si esos dos factores (hay más sin duda) no se atienden, será peor. Será el auge del chovinismo y del autoritarismo. Y para entonces será demasiado tarde.