El búnker de los tesoros audiovisuales de EE.UU.
RELIQUIAS. Construido al este del río Misisipi durante la Guerra Fría en caso de ataque nuclear, el edificio ahora alberga, entre otras cosas, el primer estornudo grabado, el primer beso filmado, la voz de Frank Sinatra, una película de "Cantinflas" y millones de efectos sonoros.
Rodeada de granjas y junto a las montañas de Blue Ridge, Culpeper es una pequeña localidad del estado de Virginia que pasaría desapercibida si no fuera porque acoge un centro único que atesora el mayor archivo audiovisual del mundo.
Allí se encuentra el Centro Nacional de Conservación Audiovisual, dependiente de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, donde apenas un centenar de empleados trabaja sin descanso para preservar y digitalizar millones de piezas sonoras y visuales, desde películas y programas de radio y televisión hasta canciones más o menos conocidas y efectos sonoros.
Convertido en archivo
El edificio que lo alberga fue un búnker construido al este del río Misisipi durante la Guerra Fría que guardaba 6.000 millones de dólares para poder reflotar la economía, en caso de que Estados Unidos sufriera un ataque nuclear.
"Eso si quedase alguien vivo para hacerlo", bromea Rob Stone, el curador del archivo de películas, mientras muestra junto al responsable del archivo sonoro, Matthew Barton, las instalaciones, en las que están guardados 3,6 millones de piezas sonoras y 1,6 millones de filmes.
El complejo se conoce como Packard Campus, porque tras ser abandonado en los años 90, David W. Packard -hijo del fundador de Hewlett Packard- se lo compró al Gobierno para restaurarlo, acondicionarlo y volverlo a donar, esta vez a la Biblioteca del Congreso, para crear este centro.
Un halo de misterio rodea no sólo el edificio original, que tiene forma de medialuna y está enterrado en una colina, sino también las ampliaciones de este campus, que albergan kilómetros de estanterías para almacenar las películas y los archivos sonoros en todos los formatos conocidos.
En cada departamento, los anfitriones tienen que abrir con su tarjeta de empleado una caja que guarda las llaves de todas y cada una de las cámaras frigoríficas y los distintos almacenes. Cuando toman una llave, ponen su nombre en una pizarra para que los demás sepan que están allí.
La temperatura, crucial
¿Por qué tanta precaución? Entre otras cosas, porque la temperatura de la mayoría de las cámaras de almacenaje es de unos 2 o 3 grados centígrados para poder conservar numeroso material que de otra forma se deterioraría muy rápidamente. Algunos trabajadores se ponen incluso overoles de abrigo cuando entran en ellas.
El cuidado es aún mayor en las cámaras que guardan las películas de nitrato, altamente inflamables e imposibles de apagar en caso de incendio, recalca Stone.
En ellas el almacenaje se divide en pequeños estantes con dos películas cada uno, para que si hay un fuego no se extienda a las demás; aspersores en diagonal para apuntar solo al fuego y con un techo que se eleva a modo de chimenea para dejar subir las llamas y evitar explosiones horizontales que acabarían con buena parte del recinto.
¿por qué conservar?
¿Vale la pena tanto esfuerzo? ¿Por qué no copiar y dejar morir los originales? Barton lo explica: "La copia es la forma de preservarlo. Guardamos los originales porque la tecnología no deja de mejorar y nos permite copiar cada vez mejor".
Así, cuando hacen la copia directamente del original con la mejor tecnología consiguen la mejor copia posible hasta ese momento.
En cualquier caso, los originales no salen del edificio y cuando un investigador pide algo a la Biblioteca del Congreso se le envía la copia digitalizada.
El edificio tiene forma de media luna y estuvo abandonado durante los años 90.