La iniciativa partió en 2016 impulsada por Ana Olivares, consejera regional del Consejo de la Cultura, las Artes y el Patrimonio de Antofagasta, y recién este 8 de junio el proyecto fue aprobado por unanimidad en el Senado. Se espera que la ley sea promulgada en el Diario Oficial, designando el 27 de noviembre como el Día de la Cantinera.
"Es un proyecto de ley nacido desde la ciudadanía, desde la sociedad civil organizada y de la región y que llegó a transformarse un gran logro", dice con orgullo Ana Olivares, la principal precursora de este proyecto, también conocida como Linternista Anita Olivares Cepeda.
Ana Olivares, que se desempeña en varias organizaciones como la Agrupación Histórica y Patrimonial Los Viejos Estandartes de Antofagasta, agrupación Caminantes del Desierto, en el Consejo Patrimonial de Mejillones, entre otros, destaca que este hecho trae un poco de justicia para la reivindicación del rol de las cantineras. "Fueron primordial para la Guerra del Pacífico, porque el último rostro que veía un soldado moribundo era el de una cantinera: las últimas palabras que escuchaba un soldado también, y esas palabras eran transmitidas finalmente a sus familiares. Incluso los soldados que no sabían escribir, se apoyaban en las cantineras para escribirle a sus familiares y estos supieran cómo estaban".
"Entonces, que este rol sea reconocido después de 143 años de omisión histórica, es tremendamente significativo y un primer paso para poder lograr que las calles de nuestro país y ciudad también tengan un nombre de estas mujeres, que hayan colegios con sus nombres y que también hayan monumentos", dice.
Además agrega que "el centralismo nos come en todos los aspectos porque todos estos trámites tuve que hacerlos en Santiago o viajando a Valparaíso. Fue difícil este proceso y que finalmente se haya logrado solamente por el impulso de esta sociedad civil organizada y preocupada por el patrimonio histórico -que también es parte de la construcción de nuestro país- es el real proceso que hay que destacar".
El trasfondo histórico
En el siglo 19, la mujer chilena estaba inscrita sólo en el ámbito privado, es decir, para el hogar, la crianza y el matrimonio, por lo que su participación en la Guerra del Pacífico no era permitida. "Las mujeres no eran soldados por ley, solo estaban para labores de crianza y hogar", explica Ana Olivares.
"Quienes, desde la oficialidad se oponían a que se integraran, decían que ellas significarían una distracción para los soldados, teniendo en cuenta que eran puros hombres y una mujer siempre iba a distraer en el campo de batalla o en cualquier espacio a los varones. Otros decían que claramente era otra boca que alimentar y el ejército no se podía dar esos lujos de desperdiciar comida en personas que no pudiesen ayudar en el campo de batalla".
El embarazo era también uno de los puntos que impedía a las mujeres alistarse en la guerra o incluso inscribirse en el ejército. Hubo casos de mujeres en los que se hizo una excepción., sin embargo "tenían que llegar como recomendadas y probar su alta moralidad. Después de un tiempo, se aprobó que por cada regimiento hubiera dos o cuatro mujeres", comenta Ana.
"Como eran mujeres y estaban en el siglo 19, no había necesidad para ellos en esa época de registrarlas; solamente aparecen en las listas de logísticas de cada regimiento, pero como números: es decir, un regimiento anotaba que llevaba a la guerra 50 carretas, 100 animales y al final decía, 5 mujeres. Por eso cuesta tanto investigar sobre ellas. Sin embargo, el territorio de donde ellas salieron sí están los relatos orales de la comunidad que las reconoce, entonces hemos estado en eso durante este tiempo para sacarlas a la luz".
Cantineras honradas
Por último, hubo permisos oficiales para acompañar al ejércitos en labores domésticas, sanitarias y hospitalarias, hecho que no supuso un impedimento para que varias de ellas se destacaran por sus acciones en la Guerra del Pacífico.
"Salieron de sus espacios, vistiéndose como varón para participar en la Guerra del Pacífico, como Irene Morales y María Rojas, y estas fueron una de las pocas que fueron descubiertas porque muchas pasaron inadvertidas. Algunas, después de la Guerra del Pacífico, recibieron medallas y grados militares, como la sargento segundo Irene Morales, la cabo segundo Josefa Herrera y la subteniente Filomena Valenzuela, que era del regimiento de Atacama" expresa Ana.
Los motivos que empujaron a estas mujeres a marcharse de sus hogares y participar en la Guerra del Pacífico fueron, según Ana Olivares, por amor.
"Ellas acompañaron a sus esposos, hermanos e hijos, y para quienes no tuviesen hubiesen parientes en las filas. Lo hacían por amor a la patria. Fueron cien por ciento voluntarias, porque ellas no recibían nada a cambio y muy puntuales recibieron condecoraciones o grados del ejército. Fueron discriminadas completamente, incluso tenían que hacer sus propios uniformes. No hay otra respuesta que su alto espíritu al servicio y el amor a la patria".