Con Andrés, en agosto
Atento a mis deberes, bruñía con esmero gateras y cornamusas. La fría brisa de agosto no importaba. Debía preparar la embarcación para las regatas de septiembre y el herraje era primordial.
Un palmetazo me conmovió y escuché su característico acento. No me equivoqué. Era el hermano Andrés, que aceptaba un convite en el Club de Yates. Apoyó sus brazos y su mentón sobre el botamares. Me saludó con su acostumbrada calidez y me recordó la creación de mi querida Escuela Normal. El calendario señalaba el 26 de agosto. El ambiente -post golpe militar- recomendaba la prudencia en los diálogos, dada la presencia de "soplones" y delatores que no trepidaban en ser émulos de Judas.
Don Andrés Sabella, saludando a todos los que merodeaban por el muelle, fue generoso en detalles acerca de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, de don Darío Salas y de la oposición que encontró el presidente Juan Luis Sanfuentes para promulgarla. "A la oligarquía le sirven los analfabetos, los iletrados" -señaló, cauteloso y observando a su rededor. Por eso hubo tanta negativa a suscribirla. De allí la feliz coincidencia de fechas, para echar a andar el crisol de los normalistas antofagastinos.
Sin dejar de lado mi labor, atendí sus relatos con interés. Insistió en su cautela, miraba temeroso, cuidando que nadie oyera su relato, salvo el autor de esta nota. Se movió hacia la amura de estribor, acomodó sus lentes y habló de los infaustos hechos acaecidos hacía 83 años. Recordó los aciagos días de agosto de 1891, cuando las hordas golpistas, manipuladas por los capitalistas de la época, derrotaron a las fuerzas leales de Barbosa y Alcérreca, en los combates de Concón y Placilla. Hablaba con los puños apretados y con un severo timbre en su voz. Dolido, evocó la traición armada, que habría de terminar con el gobierno de Balmaceda.
La realidad y una dolorosa coincidencia me sorprendieron. Cuando agosto era 26, el año 1989, navegando en un mar de versos en aguas iquiqueñas, Andrés Sabella zarpó a la eternidad. En su memoria, cada mes de agosto vuelvo a bruñir esas cornamusas, para reencontrarme con el maestro.
aime N. Alvarado García. Profesor Normalista - Periodista