Fray Camilo Henríquez y los Periodistas
Los periodistas chilenos poseen vibrante tradición de independencia; nacen con los primeros soles de 1810. En 1811, don José Miguel Carrera vio llegar a su emisario, el ciudadano suizo norteamericano Mateo Arnoldo Hoewel, con el poderoso encargo que le hiciera: nuestra primera máquina impresora. Con Hoewel venían no sólo materiales de imprenta; también, entraron en él, los cinco primeros tipógrafos, los abnegados cinco "gringos" que aprendieron nuestro idioma, escribiendo, en plomo, las sagradas palabras de la dignidad humana: Libertad, Justicia, Cultura y Paz.
El 13 de febrero de 1812, bajo la ternura combatiente de Camilo Henríquez, aparece el primer número de "Aurora de Chile" y con ella florece el diarismo patrio.
Erguido y bizarro en su tradición de diarismo labrado en metales de civismo y austeridad, el chileno surge no para ganar dinero con la vara de los centímetros fenicios, sino que para servir a la ciudadanía. Esto fue y esto es su mira y su bandera. Los hijos de Camilo Henríquez, salvos las pústulas que, fatalmente, revientan en cualquier órgano vivo, han sido sanos de conciencia y de mano; jamás se doblegaron ante el poderoso, jamás arrendaron su boca por un plato de lentejas, desdeñando el sabor maravilloso de una verdad.
Es a estos periodistas de ancho corazón social a quienes traza el homenaje de su celo, periodistas que, emergiendo de la ardorosa palabra de Henríquez, maduran en las cuartillas de Blanco Cuartín, de los hermanos Alemparte y de Joaquín Díaz Garcés; se iluminan de mundo en las crónicas de Mont-Calm; siembran erudición con los críticos literarios Armando Donoso y Domingo Melfi; y se ensangrientan en el cuerpo de Lucho Mesa Bell, asesinado por no transigir con el por ciento de los matones y logreros de una hora turbia de la República.
La Ley N° 12.045, crea el Colegio de Periodistas y su artículo 2° fija los objetivos de este organismo, llamado a prestar altos y positivos servicios al libre desarrollo del pensamiento.