Pedro Lemebel, soñando después de los aplausos
Hace 11 años Lemebel hizo una performance en Montevideo. Luego de los aplausos, el poeta uruguayo Roberto Echavarren lo entrevistó caminando. Esa conversación, inédita hasta ahora, se publicó íntegra en "La vida imitada", libro que compila ensayos sobre la narrativa, performance y visualidad del cronista.
En agosto de 2009 Lemebel presentó una performance en el teatro del Notariado de Montevideo, lleno de bote en bote de un público que él mantuvo en el puño durante cada segundo del espectáculo. Con ocasión de su visita, le hice la siguiente entrevista que reproduzco a continuación:
- ¿Siempre has estado muy ligado a tu madre?
- Ella murió en 2001. En su lápida hice grabar: "Aquí me quedaré por siempre atado a tus despojos, mamá", firmado con mi nombre. El marmolista me dijo: "No se puede poner nombre de gente viva en las lápidas". Al final le tiré unos mangos y me lo grabó y quedó ahí. Siempre hay gente que a uno lo conoce, si pasa por acá. Cuando publiqué El zanjón de la Aguada le puse en la portada la foto de mi madre, la proyecté en papel floreado y quedó la foto con las flores. Antes que saliera el libro fui con un amigo, un taxi boy, a un lugar que se llama La Legua, un lugar de tráfico, y le regalé una copia pirateada, y este chico vive al lado de los que piratean, el libro salió antes pirateado, con el rostro de mi madre, un homenaje tardío, su rostro estaba en todas las veredas, las cunetas. Mi mamá era una mujer sencilla, nunca imaginó tener ese reconocimiento. Soy bien Edipo en ese sentido. En el vientre de mi madre la primera voz que escuché fue la de ella, lo que más siento de su ausencia es no volver a escuchar su voz. Para recuperarla a veces me encuentro hablando igual que ella, diciendo las mismas cosas, como una forma de comunicación, después de muerta. Mi padre era una presencia grata pero no relevante; mi madre era la relevante, la reina. Él no pudo resistir su pérdida y murió al poco tiempo. Recientemente soñé con ellos dos. En el sueño yo les decía: "Qué bueno que están juntos." Y estábamos sentados en una mesa, como si fuera un restorán, entonces le decía, "Mami, estoy muy solo, estoy muy triste, me quiero ir con ustedes". Mi madre me miraba, miraba a mi papá y no me contestaba nada; me decía: "Lo vamos a ver". Se acabó el sueño. Bueno, pasaron los días y volví a soñar con la misma situación, el mismo sueño. Mi mamá me dice: "Hemos hablado con tu papá y sí, te vamos a traer." Entonces yo le dije: "¡No pues mami!" (Risas).
- Hay gente que puede programar sus sueños. ¿Tú eres uno de ellos?
- Tengo harta producción en los sueños, los programo. Me duermo con la TV prendida, entonces despierto dentro del sueño en la película que estaba viendo. Miraba Ben Hur, me quedé dormido y en el sueño me encontré en las escalinatas de mármol de Roma, el cielo de un azul que dolía, tal el cielo de Montevideo, que es más azul que el azul, o los colores de la Metro Goldwyn Mayer, me encontré en las escaleras romanas con dos locas amigas más, todas formadas en hilera y yo me miro y estoy con la faldita del centurión y un casco que se me corría sobre la pelada; de repente me miro las piernas y me doy cuenta de que tengo puestas unas panties rojas de licra, y pienso: ¡Ay me van a pillar porque yo no soy de esa época, esto es de ahora! Iba de contrabando la loca, entonces le digo a mi amiga, la Negra: "Negra, acompáñame al baño para sacarme estas huevadas porque se van a dar cuenta." Salimos de la fila, bajamos unas escaleras y nos metemos en un subterráneo donde había plantas, fuentes de agua y niñitos jugando. Entro al baño, me saco las licras rojas, me levanto la falda, y los niñitos me hacen así, me saludan, y yo los saludo y la Negra me dice: "No puedes saludar a cualquiera, tu investidura no te lo permite". En los westerns soy la india por supuesto.
(Dejamos la Rambla costera y nos internamos por una calle de tierra de Malvín Norte bordeada de casas de lata).
- ¿Es lo mismo en Santiago?
- ¿Sabes cuál es la diferencia? Aquí hay verde. Campo. Árboles. La pobreza chilena en cambio es desnuda. Terrosa. La pobreza brasilera es turística, el cerro tiene una vista preciosa, andan casi en pelota, en cambio la pobreza chilena es fea.
"La vida imitada"
Fernando Blanco, Editor.
Iberoamerican/Vervuert
302 páginas
36 euros
El libro publicado en España sobre el trabajo de Lemebel reúne quince ensayos de distintos especialistas en su obra.
Lemebel es un ícono del activismo queer en Chile y Latinoamérica.
- Ahí están construyendo, se ve que hay un plan de vivienda, pero todavía quedan bolsones grandes de casas de lata.
- Junto con la basura y los perros. Cuando yo era chico, nosotros teníamos como seis perros, y yo le preguntaba más tarde a mamá: "¿Cómo teníamos tantos perros?" No había qué comer, pero teníamos el perro. Cosa de pobres, bonito eso, ternuras de la pobreza, que uno después pierde cuando es rica y famosa. Y casi bella. Todo está en el casi. Dicen: "Estás igual," mentira, nadie está igual, es una ofensa que te digan igual. Casi igual. Casi me amaste, que el diablo te lleve.
- Mira, acá llegan los carros. Traen materiales para reciclar. Reciclan plásticos, ahí cuelgan tendidos limpitos, es toda una instalación.
- Mira esa cerca adornada de ositos y de juguetes, parece un cementerio chileno. Allá adornan las tumbas con todo tipo de chirimbolos...
- Esos niños te están mirando muy curiosos.
- Los niños a veces me ven como un personaje de Walt Disney. Un chico argentino preguntaba: "Mamá, ¿qué es eso? ¿Es nena o nene?" "Lo que usted quiera, mi amor".
(Estacionamos. Por el espejo retrovisor descubro que un grupo de hombres nos observa. Empiezan a caminar hacia el coche. Ahora corren. Arranco. Continuamos el merodeo por calles de Malvín Norte).
- ¿Cómo te sentiste con el grupo de mujeres uruguayas que te invitó a venir a Montevideo?
- Éstas que me invitaron son todas profesionales, inteligentes, viudas. Me llama la atención lo fuertes que son. Los hombres después de cierta edad decaen, las mujeres se mantienen saludables, llenas de proyectos. Estudian. "Tú dale un lengüetazo que estás viendo a Dios", les digo. Tengo un humor corrosivo, entonces quedan un poco duras. Pero me quieren, están más allá del bien y del mal.
- Más allá del bien y del mal, pero no de lo bueno y lo malo, diría Spinoza.
- Exactamente. Las he encontrado amplias y desprejuiciadas. Una invitada al almuerzo empezó a hablar sobre su lesbianismo, entonces las otras le decían: "No nos gusta esa enamorada que tenés". No tenían problema con el lesbianismo, tenían problema con la amante lesbiana de su amiga.
- Es tu primera vez aquí. ¿Cómo encontraste a los uruguayos?
- Diferentes a los argentinos. Ustedes son raros. No son de primera conocida. Van lento. Sin embargo, en este viaje he tenido la estupenda posibilidad de estar dentro de ciertos hogares uruguayos. Con todas estas señoras que me han abierto sus casas, entré en lo doméstico, para mí eso es fundamental, me dio la oportunidad de conocer la sentimentalidad de estas abuelas maravillosas. Hablan de sus nietos, de sus parejas muertas. Pero todas sobrevivientes. Siguen estudiando, leyendo, llenas de motivos. Mi madre era así. Era emprendedora; si yo le decía "Vamos a la luna" ahí estaba ella haciendo el cohete, la nave.
- ¿Siempre te ríes de todo y de todos?
- Para mí la salida de la risa es tan grata. No voy a tener cáncer porque todo lo saco para fuera; la medicina más potente es la risa; he vivido a pura risa. Con el sida también es así. En San Francisco hacía un frío terrible y dije: "El viento se va a llevar a todas estas sidosas que andan por acá". Las locas militantes no se rieron del chiste: "Pedro, hay temas de los que uno no se ríe" me dijeron serias. El sida latinoamericano, sureño, es todo lo contrario. Uno sobrevive por la risa. Yo tenía una amiga, siempre que le telefoneaba le decía: "Panteón cinco, por favor".
- Tu libro Loco afán, crónica del sidario, tiene un humor macabro.
- ¡Macabro, sí, es verdad! Una loca murió con la boca abierta. Otra dijo: "No la podemos dejar así. Ella siempre tan preocupada por el gesto, la foto." Entonces tuvieron que enderezarle la cara, ya se le estaba poniendo dura. La agarraron a cachetadas, a trompazos: ¡Paf paf! hasta que la enderezaron. Quedó con los labios enroscaditos de piñón, como si estuviera enviando un beso desde el más allá.
- En tu libro hablas con desparpajo de un tema que resultaba vergonzoso.
- En los ochenta no se morían de sida. Tenían vergüenza, decían: "Ésta se murió de frío mal cuidado", y la loca pesaba cuarenta kilos. Se morían estigmatizadas, ocultando su propia agonía. Ahora es todo un carnaval, a una le hicieron el funeral en un teatro, a las doce de la noche llegó la trouppe de las travestis, el ataúd estaba sobre el escenario, todas hacían una gracia, todas hacían su show, cantaban: "Por si acaso se acaba el mundo..." y el cajón saltaba, la hueva se iba a caer. No quiero que me entierren así, ni fiesta ni música ni campanas. Si me morí, pues, es triste.
- Mira aquí hay otro cantegril, otra población.
- Sí, parece el zanjón de la Aguada, igualito. Hay un zanjón de agua sucia al costado... ¿Dónde están los taxi boys?
- En Colón, que tiene el índice más alto de delincuencia.
- Como en Roma. Los taxis de Roma han hecho la teatralización de la muerte de Pasolini. Bellos, espectaculares, una mamada gloriosa, una mamada cantante, "yo te canto", le dije, me enamoré de un chico mantovano, tan bello.
- ¿Siempre despilfarras tu dinero?
- Mi madre gastaba la plata al tiro. Se le iba. También le llegaba de vez en cuando. A mí me pasa igual, cuando el cafishio se ha llevado todo y la billetera. ¿Y ahora qué hago? Empezar de nuevo. Me deja un poquito de desilusión. Pero al otro día vuelvo a ilusionarme con otro cafishio que me hace el verso. Nunca fui linda, sí simpática, lo único que tenía bonito era la naricita, un roto me la hizo mierda. Y los pies, tengo unos bellos pies, pero ocultos en los zapatos de hombre.
- ¿Quisiste escribir desde niño?
- No, yo era artista de circo, trapecista. Todo tiene que ver con la sobrevivencia. Trapecista sin red. "Porque tú eras el mar.…". Yo dibujaba bien, cuando era chico. Tenía manejo. Después se me cruzó el canto, mi hermano era roquero, él cantaba, tenía una guitarra eléctrica, después se compró una guitarra española y el huevón, como era tonto, nunca aprendió bien a tocar, pero yo sí, con la guitarra de él, entonces me pedía que le hiciera los dibujos o las tareas del colegio y a cambio me prestaba la guitarra cinco minutos. Yo en cinco minutos aprendí las posturas y aprendí a tocar, no fui Paco de Lucía, pero una vez estaba tan entusiasmado sacando una canción de los Beatles, que se llama "La vi parada allí", la vi erecta allí (risas), en inglés me dicen no es lo mismo. Allí empezó todo y estaba sacando esa canción y el huevón me quita la guitarra y empezamos con el tironeo en el tira y afloja, yo vivía en un tercer piso, agarré la guitarra y tá, la tiré a la calle y se hizo mierda. Quedó sorprendido mi hermano por mi ataque de extrema violencia. Bueno, esto mismo lo conté en la radio Tierra, donde hacía un programa, y llamó por teléfono un señor que tenía una fábrica de guitarras y me trajo una guitarra de regalo a la radio. Pero ahora no toco. Está ahí en el ropero. Yo salí del ropero, pero la guitarra quedó dentro. (Risas)
- ¿Siempre tan extrovertido?
- A los chongos les digo: "Por ti contaría la arena del mar". Uno echa mano a la canción popular, eso les encanta. Me doy cuenta que acá en Montevideo he piropeado a todos los mozos. Y ellos contentos. Se ríen. Me hacen ojitos. En Buenos Aires también los mozos son coquetos. A un tachero, maravilloso, justo estaban de moda los raptos, yo le decía "Ráptame", "Llévame hasta el fondo del dolor" (Risas). En Cuba los taxis son divinos, cultos. Encontré a uno a las puertas del hotel, le pregunté: "¿Cuánto vale tu show?". "Cien dólares para vos". "Estás loco, soy pobre, pues niña". "Usted está alojado aquí, es un lugar caro". "Soy invitado, soy artista". Así le decía para no pagar. Al otro día eran cincuenta, y así fue rebajando, al final nos hicimos amigos porque no pudimos entrar al hotel. En La Habana no dejan entrar a los cubanos a los hoteles, algo humillante para ellos, y al final nos juntábamos todos los días, se llamaba Danilo. Me decía "Lo que tienes que hacer Pedro la próxima vez que vengas es traer viseras Nike, zapatillas Nike, todo Nike, y yo se los vendo a los otros jineteros, que les gusta. Con ese dinero nos vamos a una isla que hay acá al sur."
Ya me vi llegando con un conteiner entero de viseras. Era culto Danilo y había leído a Vicente Huidobro, me recitaba la mitad del poema y me decía: "Sigue tú ahora" y yo no sabía. No me acordaba. Huidobro llega a la gente joven, por creacionista.
- Su epitafio es el mejor que conozco: "Abrid esta tumba: en el fondo está el mar".
- Claro, lo citas en tu novela Ave rock. La tumba de Huidobro está en una cumbre solitaria. Por dios, qué soledad. Es un lugar donde se juntan los chicos a tomar y a fumar marihuana. Entonces algunos trataron de abrir la tumba para ver el mar.
- ¿Viajas mucho por Chile?
- A veces. Hace poco me invitaron a un pueblo chico para hacer una lectura. Hice mi presentación, sin fijarme quién era el alcalde entre todos los gordos de traje. Enseguida, antes de empezar el banquete, el alcalde dio un discurso. Era pinochetista, un derechista implacable. Dijo: "Sólo nosotros traemos aquí a escritores, literatos...". Entonces escupí varias veces sobre toda la comida y después volqué la mesa. Al alcalde le quedó un chinchulín de corbata.
Lemebel falleció el año 2015.
Por Roberto Echavarren
DAVID CORTES/AGENCIAUNO
"Duermo con la tv prendida, entonces despierto dentro del sueño en la película que estaba viendo. Miraba Ben Hur, me quedé dormido y en el sueño me encontré en las escalinatas de mármol de Roma".
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"¿Cómo teníamos tantos perros? No había qué comer, pero teníamos el perro. Cosa de pobres, bonito eso, ternuras de la pobreza, que uno después pierde cuando es rica y famosa".
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