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Adelanto de "Manual de autobiografía" Por Natalia Berbelagua
Unos meses después de que el libro ("La Bella Muerte") viera la luz, un amigo muy querido me hizo una llamada misteriosa. Me dijo que había encontrado en la basura una carpeta amarilla, que tenía una serie de cartas de los años ochenta, que no podía leer porque no entendía la letra, pero que pensaba que yo sí podía. Como una autómata, sin reflexionar demasiado, me tomé un bus hasta Santiago para ver las cartas con mis propios ojos. Cuando estuve escribiendo el libro, uno de mis principales referentes literarios había sido María Luisa Bombal. Y por lo tanto, tuve una gran sorpresa, cuando abrí el primer sobre, y me di cuenta, que había sido escrito por una mujer ligada al mundo de las letras, que narraba con lujo de detalles el funeral de María Luisa. Si para mi amigo las cartas eran ilegibles, para mí eran como si las hubiese escrito yo misma. Tras algunas averiguaciones a las que me aboqué sin pensar, solo por la excitación de todo el entramado de coincidencias, llegué a saber que la mujer que había escrito esas cartas había publicado algunos libros pero con escaso éxito, que además ya era anciana pero estaba viva, y que su paradero era inubicable.
La dirección que tenía de remitente ya no coincidía con su vivienda, algunas escritoras y escritores a los que pregunté por ella, me dieron escasos datos sobre su aparición en el circuito treinta años antes, pero todos concordaban en que se había esfumado. Sobre su hermano, que era uno de los interlocutores de las cartas tampoco pude averiguar mucho más, salvo que estaba fallecido.
Esas cartas me acompañaron durante años, y la realidad es que estuve a punto de deshacerme de ellas. Era frustrante que hubiesen hecho ese viaje de treinta años para ser lanzadas a la basura y que un amigo las encontrara y me las diera. Pero no había mucho más que hacer. Afortunadamente, mi pequeño diógenes de antigüedades me hizo conservarlas hasta el 2016, cuando conocí a "F"; una escritora con la que nos hicimos grandes amigas por tener en común una extrañeza más o menos domesticada. Resultó, que el apellido de la mujer de las cartas y el de "F" era el mismo. Le pregunté si la conocía o tenía algo que ver con ella y me dijo que no, pero que le preguntaría a su padre, que es experto en la genealogía familiar. Así nos enteramos que se trataba de cartas escritas por su tía abuela, y que el hombre con el que se carteaba era nada menos que el abuelo de "F". Las cartas por fin, llegaron de regreso a su origen después de ese largo viaje. Fue increíble para todos los que nos vimos involucrados en él.
Un tiempo después, tras realizar un taller de autobiografía en Valparaíso, me alojé en casa de una de mis alumnas. Para mi sorpresa, sobre el velador, me encontré con un libro escrito por la mujer de las cartas, que a todo esto, se llamaba Isabel. Mi alumna, lo había encontrado entre unos libros de su padre ya anciano, y le había llamado la atención. Sin premeditarlo, y sin saber nada de esta historia, lo había olvidado sobre el velador al lado de la cama que ocupé esa noche.