Jugar y vivir en El Salvador, el último campamento minero en el país
EXPERIENCIAS. Exfutbolistas con pasos por Cobresal recuerdan la tranquilidad y la vida familiar que pudieron desarrollar durante sus campañas en el desértico emplazamiento minero.
Es un pequeño punto perdido en la inmensidad del desierto de Atacama. El Salvador, último campamento minero de Chile, está rodeado de cerros y visto desde arriba tiene forma de casco romano. Entre tanta tierra y casas de colores pastel, asoma un rectángulo de pasto. Es la cancha del estadio El Cobre. Para los románticos, un oasis que no se explica sin mencionar la palabra milagro.
Gracias al cobre, a los obreros no les faltaba qué comer, pero necesitaban algo para distraerse, para darle vida a la familia. Así, en 1979, y bajo el alero de Codelco, se funda Cobresal.
El Salvador no es el paraíso para un futbolista. El club no paga grandes sueldos, va apenas un millar de personas a los partidos y no hay mucho que hacer después de los entrenamientos.
En los 80's, el goleador Rubén Martínez viajó más de mil kilómetros hasta allá impulsado por el deseo de ser profesional. "Muchos lo miran con malos ojos. 'Qué es feo, que esto, que lo otro'. Yo no tengo esa visión, quizá por mi personalidad. Yo iba con la idea de que Cobresal pudiese ser el club en donde empezar mi carrera. Así me lo tomé cuando fui. Con todo lo que significa un campamento minero, no hay muchas alternativas, sobre todo para la gente joven. En ese tiempo tampoco había lo que son las redes sociales hoy en día, para llamar a tu familia tenías que ir a una librería que estaba en la plaza", le comenta a Emol.
Han pasado más de tres décadas y muy poco ha cambiado. Hay un cine con una cartelera poco variada, un par de cafés, un restorán y poco más. Los jugadores caminando por las calles o en la fila del supermercado muchas veces reconocen al que los puteó el domingo desde la gradería.
"mejor decisión"
Renzo Yáñez nunca pensó que su destino se iba a cruzar con el del cuadro albinaranja. Cuenta que cuando iba a jugar con otros equipos, miraba el paisaje y se decía a sí mismo: "Yo no podría sobrevivir acá".
"El entorno no es tan atractivo para el jugador. Mi idea era no ir nunca a Cobresal. Recuerdo que estaba en la U. de Concepción y no era muy considerado en ese tiempo. En eso, me llamó Gustavo Huerta y me propuso ir a Cobresal en 2005.
Fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Uno se va acostumbrando al ritmo de vida, que es súper lento. No hay en qué gastar la plata, así que el jugador ahorra mucho", declara.
Poco a poco el atacante fue entendiendo que allá el tiempo tiene otra dimensión. Como no tenía nada más que hacer, aprovechaba de quedarse practicando un buen rato en el estadio después de los entrenamientos. Esa acabó siendo una de sus mejores temporadas y llegó hasta semifinales con sus compañeros.
A Rubén Dundo, aquel enganche de pelo largo y de orejas perforadas, le pasó lo mismo. Afirma que es el lugar idóneo para ir a jugar porque la pelota es la principal distracción.
"No había nada. Nosotros le pedíamos al presidente que contratara obras de teatro una vez al mes, humoristas. Hacíamos cenas en el hotel para unir al grupo y ahí jugábamos al bingo con las familias. Comíamos y después cada uno para sus casas. Cuando teníamos libre íbamos a La Serena o a Bahía Inglesa, teníamos la suerte", expresa.
"vida tranquila"
José Cantillana habla con cariño de "Cobresalito" y asegura que en el campamento ha vivido sus mejores años. Llegó en 1990 como jugador y ahí se retiró. Luego, volvió como entrenador en dos períodos.
"Es una vida súper tranquila. Compartíamos mucho con nuestras familias. A los solteros les cuesta un poco más. Después de los entrenamientos se iban a sus casas y estaban solos. Pero generalmente los que son solos, son adoptados por los que tienen familia. A mí me tocó cuando era jugador llevar a varios jóvenes y hacerlos parte de mi familia. Ronald Fuentes, por ejemplo, era uno más en mi casa. Así le hacíamos más amena su estadía. Almorzaba con nosotros, compartía con mi esposa y con mis hijos, hasta lavaba en mi casa", manifiesta.
Cuando tenía que contratar a un jugador, Cantillana lo trataba de convencer mostrándole la vida tranquila que se puede llevar en El Salvador.
Sebastián Céspedes, miembro del actual plantel, llegó el año pasado y dice que ha aprendido a encontrarle el encanto. Sale a recorrer los cerros, juega con su hijo y pasa la tarde tomando mate con sus compañeros.
"El grupo se afiata mucho. Nos juntamos nosotros, se juntan nuestras familias y así llevamos el día a día". "Hay un contacto todo el día. Por las condiciones, el grupo se hace muy fuerte en El Salvador. Si un entrenador logra dar con los jugadores precisos se pueden hacer buenas campañas", agrega Renzo Yáñez.
El motor
Pese a que el estadio El Cobre está vacío en más de un 80% la mayoría de los partidos, Cobresal es la válvula de escape para una ciudad aislada. Una forma de romper la monotonía y agitar el tiempo por noventa minutos. Generalmente, el equipo lucha en la mitad de la tabla o por no descender, pero en 2015 dio el campanazo al coronarse campeón de Primera División.
Una alegría entre la amargura. Meses antes, un aluvión había arrasado con todo en la zona.
Identificación
José Cantillana afirma que Cobresal es todo para la gente y que el minero es todo para Cobresal. "Es un sentimiento recíproco. Nosotros lo sentíamos así. Era una familia, desde el primer día que llegas te hacían sentir uno más, porque la gente te hace ser parte de ellos. Te empapas con el ADN, con el esfuerzo, con el sacrificio, con el temple minero. La motivación, independiente de la gente que llegue, es no fallarle al minero", relata.
El Salvador vive desde hace mucho tiempo con el rumor de que puede desaparecer. Expertos calculan que el yacimiento tendrá vida útil hasta el 2021. Sin embargo, su gente se niega a morir. Como dice el lema de la hinchada de Cobresal, están "insoportablemente vivos".
2015 en esa temporada el cuadro minero que dirigía Dalcio Giovagnoli, se coronó campeón del certamen de la Primera División.
1979 al alero de Codelco nace Cobresal, un club deportivo que buscaba ser una importante distracción para los mineros de Salvador.