ANDRES, MARINERO
Me hice marinero de oficio. Casi un niño, remaba sin ton ni son, para calar trasmallos o paños bajos. Aprendí algunos nudos y maniobras de cabuyería. A corchar un cabo o remendar una "momoi".
Cada una de las partes de una embarcación se llamaba "cuestión" o simplemente "huevada". Así disimulaba mi escaso dominio del especial lenguaje náutico, tan desconocido como ignorado por los citadinos.
Hasta que apareció le figura de Andrés, el profesor de "Locución Radial" y "Periodismo", como se llamaban esas asignaturas electivas que había en las lejanas pero útiles humanidades. Puso en mis manos una tarjeta dirigida al presidente del Club de Yates, en que me recomendaba, diciendo que "tiene pasta para ser hombre de mar".
Creo que no se equivocó. Abracé el mar con toda la pasión que brinda la juventud.
Lo hice el escenario de los dos tercios de mi vida. Me ordené, conocí hasta el dominio el vocabulario de voces náuticas, aprendí unas dos docenas de nudos, amarras, cotes y lazadas.
Identifiqué las partes de una embarcación por su nombre correcto, conocí secretos de mares y vientos, corrí a la vela, participé en muchas regatas. Bogué en yolas… Atesoré millas y millas sobre el Mar de Chile.
Hoy evoco a Andrés Sabella como mi mentor.
En cada palada de mis remos… En cada viraje por avante o en el gualdrapear de las velas, está presente el recuerdo de Andrés, el gentilhombre de mar. Se aparece cuando levo el fondeo. Está en el escobén. O cuando destapo un trancanil y corto una vía de agua que se filtra en el codaste… Allí lo veo, en la línea destellante de la "ardentía", que traza nuestra estela en la navegación nocturna.
Lo escucho cuando cruje el tolete. Cuando se queja la chumacera.
Cada vez que zarpo, abarloado llevo al marinero Andrés. Va con su "ojo y medio", como el mismo se mofaba. No necesitaba más: con el corazón y el verso, le sobró para ser el pirata mayor del litoral chileno.
¡Orza en su memoria, marinero Andrés!
Jaime N. Alvarado García, p. normalista, periodista, escritor.