Trabajo infantil
"¡Déjalo mujer!... Esas mismas manos que hoy disfrutan ese juguete, mañana tomarán una herramienta".
Sabio, mi abuelo Pedro, reconvino a mi abuela, que me sorprendió cabalgando sobre un caballo de palo.
Nuestra infancia estaba llena de deberes, que debíamos alternar con los juegos. Limpiar los gallineros; ayudar a tender la ropa; hacer tarugos a macetazo limpio; batir la goma laca, para hacer barniz; recoger las virutas; picar leña para el fuego; ponerle agua al colero; prender la plancha a carbón… Ir a comprar parafina. Y, finalmente la orden perentoria: "¡Ya…, ahora anda a hacer las tareas!".
Parece increíble, pero todo, se aceptaba sin rezongo alguno.
La obediencia y el respeto a las órdenes o mandatos de los mayores se acataban con sagrada resignación. Sin agachar la cabeza, porque no había un ápice de sumisión, sí de respeto. Sin negarse a ejecutar lo que ellos disponían, porque se afirmaba que "Órdenes son órdenes". Sin discutir, porque los mayores tenían siempre la razón. Sin fallar, porque la sanción por lo mal obrado, venía de inmediato.
Así, con esos pequeños deberes, nos iban preparando para la vida del trabajo. En cada uno de nosotros, se consolidaban los valores de la responsabilidad, de la disciplina, del respeto, la puntualidad. Pero también se encendían las primeras luces de nuestros emprendimientos: Ofrecer "¡Agüita y escalera!" en el Cementerio, para el Día de los Muertos; sacar y poner la bandera, para las Fiestas Patrias; "Maletitas a pulso", cargando bultos a los pasajeros del tren del Sur…
Desde niños, se nos iba templando el carácter y entendíamos que el estudio y el trabajo eran las únicas formas de surgir en la vida. Así lo concebíamos y teníamos de ejemplo a nuestros viejos, corajudos y bravos para encarar sus deberes. Responsables, puntuales, respetuosos.
Hoy, tomé un viejo martillo. Creí acariciar su mango. Me bastó empuñarlo para volver a sentir la voz de mi abuelo, tan certero como siempre… "¡Eso es m´hijo…Gánese los porotos!"
¡Qué tremenda lección de vida con tan simples palabras…!
Jaime N. Alvarado García, profesor normalista, escritor