El rol del Estado para el futuro
Es obvio que lo público ha recuperado un valor tremendo. Lo privado y el mercado no llegan a todas las soluciones y tragedias como la actual, así lo demuestran. Hasta ahora la discusión política se ha centrado sobre un dilema falso: el de oponer el mercado y el Estado. No pueden enfrentarse, ambos tienen ventajas y fortalezas, la idea es revisar cuáles son sus fortalezas.
Es indudable que una de las discusiones más relevantes en Chile y el mundo tendrá que ver con el rol y poder de los Estados en el futuro inmediato.
Nuestro país entró de lleno después del 18 de octubre del año pasado, al extremo que uno de los puntos de inflexión a la crisis fue el acuerdo para la discusión de una nueva Constitución.
El marco legal más amplio que posee cualquier república define las grandes líneas de desarrollo y explicita qué puede hacerse y de qué forma.
Chile tiene un desarrollo liberal, donde la empresa está consagrada al sector privado, salvo en casos específicos detallados en la Ley (Codelco, por ejemplo).
Ciertamente se ha satanizado al Estado y lo público por mucho tiempo, acusándolo de ineficiencia y politiquería, sin embargo reducir todo a eso es tanto una exageración, como un error.
Tras la crisis de 2008, el entonces gobierno de Barack Obama pudo salvar a la industria automotriz de su país, interviniendo esas empresas con recursos públicos. De otra manera, muchas habrían quebrado o habrían sido absorbidas por otras empresas internacionales.
Pero se entendió que dejar aquello al simple juego de las reglas puras y duras de la economía desregulada era un error estratégico.
En el pasado gobierno de Michelle Bachelet, el ministro de Energía, Máximo Pacheco, también hizo una fuerte apuesta desde el Estado y una y otra vez ha repetido que se requiere, para el desarrollo, un sector público fuerte para llegar a aquellos espacios en que el privado no tiene interés o donde simplemente no funciona bien o puede ser mejor.
Es cierto, el Estado no lo hace todo bien, pero indudablemente puede cumplir y debe tener un rol más activo, entendiendo que el mundo que viene exigirá mayor flexibilidad.
Y esto es más simple y complejo que un cambio de Constitución (donde no estará solución alguna), sino de hacer una reflexión verdadera de los mundos que vienen y cómo debemos prepararnos para beneficiarnos de las posibilidades que serán abiertas.
Se trata de una discusión fundamental.