Sabella y Soto Moraga: isla de colores
Gracias a nuestro gusto por hurguetear en la vieja prensa, leemos una entrevista de un joven Andrés Sabella al pintor, político e industrial César Soto Moraga. El adolescente de casi 19 años planificaba una exposición de cuadros. Llegó así a la "casuca pintoresca con una banderilla prisionera", arriba de la línea del tren. La vivienda -primer piso taller y segundo dormitorio- está atiborrada de cuadros. El poeta no es un extraño: "A usted, Sabella, lo conozco chiquitito. Cuando andaba con polleritas y su mamá lo cargaba en brazos". César Soto se ha atrincherado allí desde 1930, y para entonces llevaba casi 20 años sin tomar los pinceles. Su historia lo rodea: retratos de mujer y desnudos que pintó al salir del Bellas Artes, otros cuando "comenzaba a encontrar el quid de las marinas", y lo nuevo: "Ahora ensayo el paisaje. Todas esas manchitas son apuntes que he pintado desde esta altura. Ahora estudio los secretos de los panoramas". Critica su trabajo previo. "¡Mire que pintar toda la vida así! Esa cabecita mística me costó un trabajo bárbaro. Ya no sirve. Ya no siento esas cosas". Hoy lo anima la naturaleza. Ha plantado los árboles frente a su casa, y ahora los pinta. Andrés sentencia: "¿Sabe? Su casa es una isla de colores".
El viejo pintor desearía una cátedra en el Liceo antofagastino, para "enseñarles a los muchachos con fervor de artista, con calor de alma, a tomar un lápiz". Sabella piensa que este hombre debería ser no solo maestro, sino la piedra angular de ese edificio. La casa es taller y galería: "esos caballos, son del húngaro Visky. Esa mancha de Camilo Mori. Aquella carita de don Juan Francisco. González. Esa marinita de Mario Bonatt. Esta tela del Negrito González".
Al despedirse, explica la bandera que flamea siempre en su casa. Ha caído el Dictador. "Tan pronto el civismo volvió a florecer en Chile, decidí elevar esa banderita hasta que se destiña". A Sabella no le sorprende: "radicalazo como es, no me parece extraña su vehemencia".
¡Dónde habrá quedado la obra de don César, que llenaba aquel viejo taller del cerro!
Patricio Espejo Leupin, geólogo, escritor