Los calameños
En nuestra infancia, escuchar Calama era escuchar una palabra que nos llenaba de lejanía. Nos sonaba a ciudad remotísima, perdida en medio de un paisaje que no llegábamos ni siquiera a sospechar.
Rodeados de mar y cerros, ¿cómo ver una tierra en la que florecían verdores, una zona cuyos productos la definían en agrados? ¡No era fácil visión imaginarla!
Cuando llegaban choclos calameños, la casa se alborotaba, porque parecía que entraban visitas extraordinarias:
-Hoy comeremos choclos de Calama -anunciaba Abuelita Delfina, tal como si nos prometiera un festín delicioso.
Sentir al deleite de su fragancia y disfrutar diente a diente, resultaba de verdad, una fiesta, donde las vegas calameñas nos sonreían, orgullosas de sus dones.
Pero, Calama, además, era para nosotros, los calameños que aparecían en el Colegio San Luis, enseñándonos su amistad. Los calameños nos hablaban de árboles, de volcanes distantes, fumando sus grandes pipas; de los choclos, con algo de viejitos barbudos; del río Loa que, heroicamente, desafiaba las distancias solitarias.
La vida escolar amarraba más sólidamente los afectos. Así, Calama dejaba de ser una ciudad para convertirse en rostros, en voces, en compañeros que no se olvidarían.
Nuestro primer amigo calameño fue Juan Cotorás, a quien divisamos en la remembranza, delgado, larguirucho. Con José Ronchetti y Radomiro Tomic compartimos historias, hasta el último año del "San Luis". Además, avasallamos la primera pensión que conocimos en Santiago, donde no fuimos los Tres Mosqueteros, sino "Los Tres Locos del Norte", título que ganamos porque, durante un año, vivimos preocupados de la opereta y de su figura máxima, la argentina Inés Berutti, antes que de los textos de Derecho …
Calama, ahora, nos contempla la mirada fraternal de Abraham Agüero, "el abuelo del colegio" y todo el esplendor de la nostalgia se nos cae encima del corazón. Y con esa mirada, la de Rigoberto Rojas, a quien debemos nuestro conocimiento de las momias de Chiu Chiu, cuando nos acompañó a "entrevistarlas", en 1953. ¡Calameños de pro!
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 23.03. 1981