¡Camión a la puerta…!
Recorriendo las oficinas abandonadas del cantón de "Aguas Blancas", no fue necesario hacer grandes esfuerzos para que la memoria se atiborrara de episodios. Los muros derruidos invitan a recordar tiempos idos, personajes, anécdotas y tragedias. Los senderos que conectaban las salitreras, son un abierto desafío para ir más allá, pese al sol abrasador y las distancias, que parecieran infinitas.
Y entre una y otra ruinosa oficina -a la vera del camino- aparecen tirados cachureos varios. Entre la "Bonasort" y la "Valparaíso" vemos los restos de un sofá. Muy cerca, trozos de un velador o talvez una cocina. Comento con mis compañeros de viaje y comienzan las conjeturas, ligadas a ese azaroso pasado, lleno de penurias, estrecheces y muchas, pero muchas injusticias y abusos.
Cuando un pampino caía en desgracia, el sobre azul aparecía de inmediato. La sentencia era clara: "Tiene que agarrar sus monos y parar las chalas" (V.gr.: "Tiene que tomar sus cosas y marcharse"). Así de claro. Así de injusto.
Entonces, como para suavizar el momento y disfrazar la angustia del pampino y su familia, el Jefe de Campamento daba una generosa orden: ¡Camión a la puerta..! Una facilidad para la mudanza que sólo llegaba hasta el cruce con la carretera. O sea, lo dejaban con sus modestos bienes, en medio de la pampa misma. El pampino -sin pega y talvez sin pago- cruzado de brazos, con sus crías y cosas. Aparecían -entonces- los gestos de solidaridad de los salitreros, vecinos, amigos. Algunos "palabreaban" para que fuera contratado en otra oficina. Otros, les guardaban "las cosas". O se ofrecían "para cuidarles los niños".
Entre tantos devaneos, curvas, "chuscales" y polvaredas, nos cruzamos con un camión. ¿Vendrá con monos y petacas? -nos preguntamos, dubitativos. Quedamos tranquilos: lleva mineral.
Felizmente, aquella orden de ¡Camión a la puerta!, ya es cosa del pasado.
Jaime Alvarado García, profesor normalista y periodista