A una década del terremoto
El 27 de febrero de 2010 se transformará en un hito para toda una generación. Ha sido el más devastador desde el gran cataclismo valdiviano de 1960. Es cierto que hubo torpezas y errores enormes después del movimiento telúrico, pero, junto con el recuerdo de las víctimas, también es sumamente destacable la resiliencia vivida.
Un total de 525 víctimas fatales dejó el terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010, que hoy cumple una década. Y seamos claros: lo sucedido a las 3:34 de la mañana de esa jornada fue, dentro de todo, una fortuna. Los muertos pudieron ser muchos más si el cataclismo ocurría de día, con niños en clases y en plena jornada laboral. Peor incluso, considerando la cuestionable actuación de muchas autoridades de la época y de todo el sistema logístico estatal.
Se trata de una esas jornadas que quedará en la historia porque marcan a una generación.
La magnitud del sismo queda en evidencia con la cantidad de muertos y también con el desastre económico. En minutos, 222.418 familias quedaron con sus viviendas dañadas o destruidas. Se trata de una cifra que casi equivale a la población de Rancagua, pero repartida en seis regiones.
Y hubo torpezas mayúsculas, como toda la fallida alerta de tsunami, investigación penal que terminó después de cinco años con un acuerdo de los acusados con la Fiscalía para suspender el proceso en su contra. Poco después, la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó la sentencia del 22° Juzgado Civil de Santiago, que condenó al Estado de Chile a pagar una indemnización total de $1.840 millones a 74 familiares de 27 víctimas del maremoto.
Y hubo cosas positivas y notables. Por lo pronto, a pesar de la violencia de un fenómeno imprevisible, la mayoría de los inmuebles resistió en excelentes condiciones, confirmando el buen pie de la arquitectura nacional. También es destacable el temple de la población que salió adelante, a pesar de las dificultades e imprevistos, como los saqueos protagonizados por un minoría que quiso aprovecharse de un momento tristísimo.
Chile ha sido marcado por tragedias naturales de todo tipo, pero junto con ello, ha sabido levantarse una y otra vez y construir un mejor país, lo que ha sido posible porque hemos trabajado unidos. Esa es la verdadera alma de Chile, la de un país solidario, preocupado por el otro, trabajador, resiliente y esforzado. Y eso es para sentir orgullo de lo que somos.