Esta semana celebramos la Natividad de Jesús, nuestro salvador y sobre este acontecimiento fundamental en la historia de la humanidad puede compartir en la Misa de Víspera, algunos aspectos trascendentes de esta esperada fiesta. El ejemplo de María y José es una lección hermosa de amor y determinación, porque a pesar de las dificultades, se esforzaron sin temor para que Jesús naciera. No importó lo humilde e inhóspito del lugar, porque unidos recibirían el mejor regalo que una familia puede encontrar.
La sencillez del lugar donde se cobijó esta familia para presentarnos al hijo de Dios, como les manifesté, nunca lo hubiésemos imaginado. Nosotros pensamos y rezamos a un Dios todopoderoso, omnipotente, inalcanzable, y él se nos presenta en la fragilidad de un niño débil e indefenso, lo imaginamos grande y lejano y él se nos ofrece en la ternura de un recién nacido, cercano.
En esta escena del nacimiento del Señor se configuró la Sagrada Familia que conformaron José, María y Jesús, unidad que hoy valoramos y que nos legó múltiples experiencias que son vitales para encarar los distintos momentos por los que atraviesa la humanidad y especialmente nuestro propio país, que muestra signos de división, polarización e intolerancia. El amor que se manifestaron, junto a otros valores como la fraternidad, son muy necesarios, no sólo para contemplar, sino practicar, sobre todo para una sociedad que requiere recomponer la confianza.
Nosotros debemos encarnar el amor en la fraternidad. Fraternidad con todos, fraternidad con los creen y los que no creen, fraternidad con los que piensan y tienen ideas distintas, fraternidad con las personas que vienen de otras culturas, fraternidad con los pobres y ricos, fraternidad entre civiles y militares, fraternidad entre todos los chilenos y chilenas.
Hoy nuestras familias se tienen que mirar en aquel espejo. No se trata de vivir como vivieron Jesús, José y María. La vida ha cambiado mucho desde entonces. Los problemas que tenemos que enfrentar nosotros no son los mismos que los que tuvo que enfrentar aquella familia. Sin duda que la relación entre los esposos ha cambiado, también la relación de los hijos con los padres y de estos con los hijos. Pero hay algo que no puede cambiar: la vida de una familia se construye sobre la base del amor y el respeto mutuo, con grandes dosis de paciencia y diálogo que son la base segura sobre la que podemos afianzar la vida de nuestras familias y contribuir a una mejor sociedad.
Oscar Blanco,
obispo de Calama