Debemos rescatar el buen espíritu cívico de los contendores y de un proceso impecable y rápido por parte del Servicio Electoral para dar a conocer los resultados finales en unas pocas horas de terminado el balotaje presidencial.
Se suma a ello la buena disposición de ambos protagonistas de trabajar por el bien del país, de reunirse con buenos augurios terminado el proceso electoral, del afable encuentro entre la actual mandataria y el Presidente electo para coordinar el traspaso del poder, luego del tradicional saludo republicano entre ambos, una vez conocido al vencedor.
Se vislumbra un ambiente de armonía y los ciudadanos esperan que estas primeras frases de buenas intenciones permanezcan y puedan materializarse en un trabajo en equipo, donde las materias a tratar sean en beneficio de la población y de la búsqueda de una mejor distribución de los planes sociales del nuevo gobierno, tanto para los más necesitados como para la clase media, siempre postergada.
Esta pasiva y breve transición terminará en marzo con el traspaso oficial del gobierno a la centroderecha.
Pero, sin duda que Bachelet y Piñera han marcado la política chilena repartiéndose dos periodos cada uno, aunque con visiones distintas. Y para estos próximos cuatro años, algunos vislumbran cambios, donde habrían ciertas similitudes en las propuestas, como la educación gratuita.
Más allá de las numerosas razones que se argumentarán para explicar el claro triunfo de Piñera, lo que importa ahora es el futuro que viene por delante y donde en el congreso, con fuerzas levemente inclinada hacia el sector opositor, no será fácil los cambios que se buscan realizar.
El optimismo es alto al igual que las expectativas de la comunidad, que ya no quiere más promesas, sino que resultados y soluciones a los problemas que se han eternizado en el tiempo, como la salud, la previsión, la educación, la falta de viviendas y un salto cualitativo en la producción de materias primas a una mayor tecnología y valor agregado en el país.