Roberto Merino: "No me impongo escribir poesía"
A propósito de la reciente reedición de "Transmigración", su primer libro de poesía, el autor cuenta por qué tuvo el original guardado durante seis años y por qué le costó tanto aceptar este rescate.
En el prólogo, Merino explica que guardó el original a máquina durante seis años antes de publicarlo y cuenta que estuvo reticente a su nueva puesta en librerías. El autor explica su renuencia: "Se demoró mucho en desaparecer sicológicamente para mí, de hecho tengo una caja llena de libros de la edición anterior. No lo encontraba necesario, no se ha agotado. Soy poco ambicioso, estoy concentrado en las huevás que hago y esto ya había pasado. No quería hablar del asunto, del tema, pero ya este año estaba en otra disposición. Uno cambia respecto a las cosas".
"Transmigración" muestra un registro culto pero cotidiano del Santiago de los 80, en un modo de prosa poética. El prólogo, además, revela claves de lectura, los grandes muertos que respaldaron a Merino, como Juan Luis Martínez, Rodrigo Lira y Alfonso Calderón, a los que ha mantenido vivos en su escritura.
-En el prólogo cuenta cómo es quedar suspendido de la realidad por la experiencia poética. ¿Le ha vuelto a suceder?
-Sí, me ha vuelto a suceder, no con mucha frecuencia. Con la poesía me ha tocado ese destino, de tener una relación muy esporádica. Me volvió a suceder cuando escribí mi segundo libro de poesía, "Melancolía artificial". También fue una experiencia, me enganché con una frecuencia, estuve una semana sin hacer otra cosa. Posteriormente, poco. Hay un fenómeno extraño allí. Cuando hicieron la segunda edición de "Melancolía artificial", el editor me pidió que agregara cosas, para no hacer un libro tan chico y yo no tenía mucho, me puse a mirar computadores viejos, a encontrar cosas que funcionaban como poesía que las había dejado olvidadas. Eran impulsos que me daban, pero que después abandonaba. Yo hago clases de poesía y cada vez me parece más extraña la dinámica de la cuestión.
-¿Qué instrucciones da usted a sus alumnos para escribir poesía?
-No se puede dar instrucciones, lo que se puede es aislar algunos factores que uno considera del poema y luego reproducirlos. Hacer una cosa como laboratorio: haga tal cosa en tal circunstancia. A veces basta con que dos factores se crucen y pasa una cosa totalmente inadvertida. Párense en un lugar equis, escojan en un punto de observación, escriban lo que ven de la forma más neutra posible, pero traten de que cada una de esas observaciones tengan el ritmo del endecasílabo, en una cosa más acentual que silábica. Es muy simple, al acumularse una cantidad de observaciones de la calle con esa cadencia, algo pasa, una cosa inefable. No siempre funciona, pero lo que me impresiona es la regularidad de la aparición de la poesía.
-Esos ejercicios, ¿le han dado a usted, como poeta, alguna clave?
-No, estoy pensando en gente que está aprendiendo, tratando de cachar. Si no siento algún tipo de necesidad de escribir poesía, no me lo impongo, por eso es esporádico. No me siento llamado a hacerlo.
-¿Cómo explica la profundidad que alcanzó la poesía chilena en los 80?
-Era gente que estaba muy disgregada, pero Enrique Lihn trataba de catalizar, de vincular a la generación, y él era un agente de conexión de escritores. En ese momento había un trabajo muy individual. Era un momento de densidad en que de alguna manera participaban de un espíritu común poetas muy distintos: Raúl Zurita, Diego Maquieira, José Ángel Cuevas, Jorge Teillier.
-"Transmigración" interpela al lector. ¿Por qué elige ese modo?
-Es una retórica del momento que tiene que ver con los cambios de destinatario dentro del mismo texto. La obra "Lily te quiero", de Gregory Cohen, es de ese tiempo. La vi repuesta y reconocí cosas del mismo "Transmigración", había algo de chacrear los códigos como lo hace Lira. Es como la imagen de contraportada, de Alfredo Jaar, hay una interpelación retórica en el letrero: "¿Es usted feliz?"
-¿Por qué decidió guardar el original durante seis años?
-Tenía la idea de no agregarle al ruido al mundo, pero tenía una emoción de que hubiera resultado. Era un pendejo también, por eso tenía esas disquisiciones. Y además por las condiciones difíciles para publicar entonces: yo era un estudiante, no tenía plata, todo ese mundo de la impresión era muy ajeno. La gente hacía circular fotocopias, el hecho de publicar un libro era trascendental.
-¿La amigas de las cartas aún leen poesía?
-No sé. Yo creo que sí. Están visibles, pero a distancia. Eran divertidas, cartas graciosas, lamento que se hayan perdido. No decían nada, se podían haber interpretado con el modelo de la inferencia, esa huevá oblicua, como hablan los gánsters: te hace falta un bronceado significa que te van a matar.
-El humo da vueltas en "Transmigración". ¿Cuándo comenzó a fumar?
-A los 16 o 17, tampoco me dejaban fumar en la casa, lo hacía medio a escondidas. Pasé por esa huevá ridícula de querer fumar pipa adolescente, de impostar cierta adultez, porque no había un discurso de la juventud como el que hay hoy.
-"Transmigración" parte con el rompimiento de las luces del amor, que obligan la oscuridad.
-Para un huevón de esa época eso está metido en el inconsciente, un remanente del lenguaje periodístico con la parte policial y con esta imagen de los vándalos desplazándose por Santiago. La noche era la noche de los vándalos. Era una cosa paranoide que quedó como metafísica.
Treinta y seis años después, Roberto merino accedió a reeditar "transmigración", su primer libro de poesía.
Roberto Merino Lecturas Ediciones 44 páginas
$8.000
"Transmigración"
Por Cristóbal Gaete
Una máquina de producir crónicas de ciudad entrenada por décadas descansa dentro de Roberto Merino. Se maneja en el oficio al punto que hace una semana dictó talleres del género en Argentina. El escritor suma también entregas de ensayos y la creación de la banda de rock "Ya se fueron", que ahora está en receso. Pero todo comenzó por la poesía, que fue hallada en una clase de universidad en octubre de 1981. Ese momento, por supuesto, no fue por casualidad: durante el año había escrito cartas a sus amigas buscando formas de no decir nada. De ahí nació "Transmigración", su primer libro de poesía que recientemente reeditó Lecturas Ediciones.
miguel angel larrea