Yo fui Santa a los cinco años
Durante mi intensa infancia, Santa Claus era para mí como un gran actor de cine, algo así como Marlon Brando. Imagínense una película sobre Santa Claus interpretada por Brando. Una bomba atómica. En mis años de niñez yo vivía en el remoto pueblito sureño llamado Traiguén. A los cinco años yo ya estaba enamorado de todas las mujeres, sobre todo las divas del cine, pero también de Santa Claus. Adoraba a ese personaje lleno de fervor y de amor casi galáctico. Me golpeaba el corazón su grandiosa misión, y me llenaba de luz azul su vestuario. Una de las cosas maravillosas que tenía mi bipolar padre, a veces tierno otras un animal, era respetar esta tradición en nuestra casa con todo su gran brillo, a pesar de ser nosotros judíos. Mi padre era el gran ponedor en escena, y les daba misiones a todos en la casa, para levantar una verdadera obra teatral en torno a la Pascua y a la venida del viejito pascuero.
En una de esas navidades traigueñinas, tomé una decisión insólita con solo cinco años de edad: vestirme como el viejo pascuero, usando pasta de diente para la barba, consiguiéndome con una linda amiguita el traje, y cometí la audacia quizá mas grande de mi infancia, recolectar todos los juguetes de mi familia (los míos incluidos) y salir a recorrer a una población que colindaba con la nuestra, que era de clase media y la otra muy pobre, lo que me partía el corazón, pero también en busca de conquistar niñitas.
Yo tenía cinco años, y me había transformado en una especie de Santa Claus infantil, pero creyendo fervorosamente que mi misión era darles felicidad navideña aunque sea a unos pocos. Esto que les cuento es absolutamente verdad, y todos los años mi santa madre lo cuenta aún embobada.
Tocaba las puertas de las humildes casas, la gente me recibía con asombro, puesto que me reconocían como el hijo del abogado Galemiri, pero yo hacía mi juego a fondo. Lo único que eliminé fue la risa del viejo pascuero, que siempre me pareció patética. Era un Santa Claus de los sesenta, aggiornato.
Compartía con las familias y los niños un rato, y ellos tenían discreción de no delatarme y hacerme creer que era el viejito pascuero. Muchas familias me invitaban a tomar la once y eran todo lo generoso que suelen ser los pobres.
Yo les entregaba un regalo, y ellos lo recibían más que por lo material, como un gesto espiritual a mi arrojo.
En esos momentos fui el niño más feliz del planeta, y seguía mi deambular por la humilde población, y era recibido con mucha pasión.
Más dichoso era cuando salían a recibirme las niñitas y se producía una especie de inmensa atracción que yo interpretaba como una pulsión erótica interna.
El traje, la pasta de diente, los gestos, todos eran dispositivos venidos de la bella Grecia Atica, donde se hacía el mejor teatro del Universo, todos los actores enmascarados, y ese enmascaramiento producía atracción. Así que eso que una buena amiga actualmente me dice que yo vivo dentro de una película, era efectivo, y disfrazado de Santa Claus, era como una superproducción hollywoodense y yo el actor principal.
Muchos sentimientos genuinos y otros vanidosos (puesto que yo ya era un pequeño ególatra a los cinco años), desfilaban sobre mí.
Al atardecer volví a mi casa, y confesé todo a mi familia. "Nadie se dio cuenta de que yo era Benjamin Galemiri". "Todos estaban seguros que yo era Santa Claus".
Por cierto le temía a la reacción violenta de mi padre, porque había sacado todos los juguetes de la Navidad de la casa, pero en esos gestos cinematográficos que él también solía tener, me estiró su mano (su mayor gesto de cariño) y me felicitó: "Por cierto nadie se dio cuenta de que eras mi hijo. Todos disfrutaron a Santa Claus. Te felicito".
En esa época de mi vida ya tenía claro que la aprobación de mi padre era lo que más me importaba en la vida, y cometer la audacia de ser Santa Claus para los pobres, podía lograr su cariño.
Mientras me sacaba la pasta de diente como barba, me repetía victorioso: "Y nadie se dio cuenta de que yo era Benjamin Galemiri". Y más encima conquisté a varias jovencitas.
Por Benjamin Galemiri